Duna

Crítica de Gabriel Luque - EL LADO G

La Space Opera original pide revancha en el cine del nuevo siglo

Denis Villeneuve al frente de la difícil tarea de llevar a cabo la adaptación que la novela de Herbert se merece luego de truncos y fallidos intentos.

Dune es esa novela de 1965 que consagro al escritor Frank Herbert con el premio Hugo y Nebula, los más importantes referidos a literatura de ciencia ficción (y que dio pie a una saga literaria) pero a su vez, Dune, es ese proyecto de adaptación difícil y maldito, que carga con una versión fallida de David Lynch estrenada en 1984 y precedida por otro proyecto que murió antes de nacer por lo cual adquirió status de leyenda por todo lo que pretenciosamente quiso ser de la mano de Alejandro Jodorowsky a finales de los 70’s. Éste preámbulo tiene todo su sentido de ser contado, ya que el recorrido de Dune como obra a ser adaptada al cine, tiene periplos que ya conforman su propia historia aparte y que ante el anuncio de que Denis Villeneuve iba a ser el encargado de llevar a cabo una nueva versión, hizo que la crítica y los fans del libro se preguntaran: ¿Podrán al fin llevar a cabo una película que le haga justicia a una saga de Herbert con todo el presupuesto y la capacidad tecnológica del cine actual?

Un relato con un héroe protagónico en su camino de ascenso y autoconocimiento dentro de un contexto complejo de castas interplanetarias, viajes por el hiperespacio, un imperio galáctico, misticismo religioso y un planeta árido hace que nos venga en mente la afamada primera trilogía Star Wars, la cual junto con Alien, Terminator y Blade Runner, son de esas pocas películas sci-fi de los 80s que al día de hoy podemos decir que siguen siendo creíbles técnica y estéticamente o en su defecto «envejecieron» bien. Pero Dune, pese a que su relato es la génesis de lo que conforma una Space Opera y que fue una de las obras que influyó a George Lucas, en lo que respecta a su encarnación en celuloide no puede decir lo mismo: Dune de David Lynch no solo envejeció mal, nació vieja. Su diseño de producción, estética, escenarios, naves y efectos especiales era lo que se podía esperar de la factoría De Laurentiis luego de lo que fue su versión en cine de Flash Gordon en 1980 (La cual buscaba ser un calco de la estética del comic original y del serial de 1936) Una Dune estéticamente kitsch, poco creíble y sin clima no podía sostenerse siendo contemporánea de todos los filmes de los 80s antes citados. Igual ésta aseveración no es culpar a Lynch, quien hizo lo que pudo en adaptar una historia con un contexto ultra complejo de explicar en pantalla y peleando contra la productora que invadió su control creativo. Lynch luego de esa experiencia juró y perjuró nunca más hacer proyectos donde él no tenga el control total. Tal es la vergüenza que aún siente Lynch ante Dune que cuando se estrenó una versión extendida para TV, la cual dura casi 3 horas, no quiso estar acreditado ni como autor del guion adaptado ni como director, usando los pseudónimos de Judas Booth y Alan Smithee respectivamente (siendo éste último célebre por su uso cada vez que un director no queda conforme o está en conflicto con la productora y no quiere quedar pegado)

Entonces, sabiendo que las comparaciones son odiosas, volvemos a la pregunta inicial: ¿Podrán al fin llevar a cabo una película que le haga justicia a una saga de Herbert con todo el presupuesto y la capacidad tecnológica del cine de hoy? La respuesta los sorprenderá. En Dune (2021), Villeneuve tiene el tablero ideal para jugar a lo que sabe, a usar sus recursos de ritmo, clima, atmósferas y tonalidades. Si bien se le critica que a veces peca de narrativa tan contemplativa que roza lo lento y que hace que sobren minutos en el metraje (Blade Runner 2049 es un caso) no peca de ser pretencioso hasta la pedantería como suele pasarle a Nolan. Esa cosa áspera, cruda y tensa que vimos en Sicario (2015) la encontramos en cómo el director retrata a los Fremen, los humanos nativos por adopción del planeta Arrakis, también llamado Dune y eje de todo el conflicto del film. Acá los Fremen son lo más parecido a las insurgencias de lo que fueron los conflictos de medio oriente en la primera década de nuestro siglo. Combatientes letales y furtivos endurecidos por la vida en un planeta que tiene en sus arenas el recurso más valioso del universo: una droga psicoactiva que expande la mente y permite los viajes en el hiperespacio: La especia Melange. Por la cual dos feudos planetarios, Los Atreides, nuestros protagonistas y los sádicos Harkonnen entrarán en guerra por la administración de su explotación, fogoneados entre las sombras por un imperio central que teme a la casa del duque Leto Atreides, y de poderes religiosos oscuros que vinieron tejiendo un plan hace siglos cuya culminación y propósito apunta al hijo del duque, el joven Paul Atreides, quien tiene visiones y sueños donde junto a la joven Chani se convierte en el mesías prometido de los Fremen y que llevara a la humanidad un nuevo periodo de gloria.

La película está estelarizada por nombres de primera línea de la actualidad y entre ellos la actuación protagónica de Timothée Chalamet se destaca por sentirse similar al personaje adolescente de la novela y en pantalla es convincente. Oscar Isaac brinda al Duque Leto Atreides una impronta de autoridad y de héroe trágico hasta su última escena. Josh Brolin encarna un personaje severo que deberíamos volver a ver en la segunda parte y Jason Momoa tiene a su cargo un personaje con bastante carisma y escenas de acción, pero aunque queramos hacer que no nos damos cuenta como en varios de sus papeles, hace de Momoa. El Lado Fremen tiene a un Javier Bardem a la altura de un líder de una casta guerrera y la aparición de Zendaya como Chani por ahora es casi solo anecdótica. Por el lado de los villanos Harkonnen el Baron Vladimir interpretado por Stellan Skarsgård dista del grotesco de su encarnación anterior para ser alguien sádico junto a su sobrino Rabban interpretado por Dave Bautista cuyo papel pareciera ser la síntesis de los dos sobrinos que tiene el Baron pero en un solo personaje. De no ser así es de esperar que para la próxima parte apareciera el otro sobrino, Feyd que en 1984 fue interpretado por el cantante Sting. Una curiosidad del cast es que Charlotte Rampling, quien encarna a la madre superiora de la Orden de las Bene Gesserit, debía encarnar a la madre de Paul en la versión jamás filmada de Jodorowsky.

Hans Zimmer vuelve a musicalizar para Villeneuve con un banda sonora inmersiva, épica y solemne, repleta de sonidos árabes y de otras culturas que se conjugan en un tándem efectivo con las imágenes y climas que propone el film. El diseño de producción de esta nueva Dune tiene la solidez, credibilidad y espectacularidad que la versión producida por De Laurentiis (saquemos a Lynch de esto) no logró ni quiso dar. Planos con naves monolíticas y mega ciudadelas amuralladas, dos cosas que Villeneuve dio cuentas de su capacidad para retratarlas en Arrival y Blade Runner 2049, volviéndolo a lograr sumando además escenas con acción bélica, bombardeos y luchas encarnizadas hombre a hombre cuando el conflicto estalla. Los exponentes de la casa Harkonnen acá son seres sádicos, implacables y oscuros con una estética en su diseño como si fueran cenobitas espaciales, muy lejos de la visión grotesca y «pelirroja» del film de 1984. Hay un guiño en este cambio si se tiene en cuenta que en la versión jamás filmada de Jodorowsky, quien fue comisionado por él para diseñar la estética y el planeta de la casa Harkonnen fue nada más ni nada menos que un joven H.R. Giger (y recomendado por el mismísimo Salvador Dali) quien unos años después saltara a la fama por ser el diseñador de Alien, film cuyo guion es de Dan O’Bannon, otro de los colaboradores estrechos de Jodorowsky en el proyecto trunco de filmar Dune. Otra cosa que notoria son esos Ornitópteros que estaban proyectados en ese proyecto trunco buscando ser fiel a las aeronaves usadas en la novela, al fin aparecen en la pantalla y se ven genialmente funcionales, un punto que el fan de la novela va a valorar.

Dentro de los cambios que hay en la historia (género de algún personaje o ausencia de otros) y en la manera de contarla, Villeneuve no hace una gran introducción explicativa de los que paso desde el año 6000 hasta 10191 donde se lleva a cabo la historia del film (la novela lo hace, la película de Lynch lo hace y la versión extendida directamente toma párrafos de la novela narrados en off con ilustraciones de fondo). Acá se explica lo suficiente para que el neófito entienda y entre en sinfonía rápidamente con lo que va a comenzar a ver. Lo que para algunos puede ser un punto en contra que atenta a la fidelidad de la obra escrita, cinematográficamente le da más dinamismo para que la historia vaya avanzando, aunque a un ritmo pausado, contemplativo. Cosas que al ojo no educado con otro tipo de cine y domesticado por blockbusters de Hollywood de 2000 para acá no lo va a disfrutar, es mas lo va a sufrir argumentando de manera valida que en sus 2 horas y media solo llega a un punto intermedio de la historia y eso es el punto flojo de la película de Villeneuve, que cubre apenas la mitad de la historia de la versión de 1984 y eso lamentablemente deja un gusto agridulce de decepción y ansiedad por ver la segunda parte lo antes posible, pese a haber visto hasta la fecha la mejor versión de Dune llevada al cine. De eso estén seguros.

Para concluir esta reseña y como recomendación y para entender más sobre Dune como fenómeno seminal que derivó en influencia de varias obras que tuvieron mejor suerte y masividad, el documental de 2012 «Jodorowsky Dune» es de visionado cuasi obligatorio. También ayuda ver la Dune de Lynch; sea en la versión que salió en cine o la extendía para TV para poder ir ver la version de Villeneuve y poder sacar conclusiones propias.