Duna

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

En el regazo de los Dioses

Duna (Dune, 1965), de Frank Herbert, es quizás la mejor novela de la historia de la ciencia ficción, un trabajo intrincado y de una riqueza apabullante a escala ética, social, política, religiosa, económica, filosófica y militar que reclama varias lecturas para comprender la complejidad del mundo retratado por el autor, en esencia un periodista reconvertido en escritor en verdad muy meticuloso. Ambientada diez mil años en el futuro, la historia nos presenta un Imperio Galáctico controlado por un sistema de gobierno feudal en el que dominan tres familias cruciales en un equilibrio tambaleante que admite cuestionamientos de distinta envergadura y tenor, la Casa Atreides del Planeta Caladan, la Casa Harkonnen del Planeta Giedi Prime y la Casa Corrino del Planeta Salusa Secundus, donde reside el Emperador del Universo Conocido, Padishah Shaddam IV, y sus legiones represoras fanáticas, los Sardaukar. El andamiaje del poder incluye además a la Combine Honnete Ober Advancer Mercantiles o CHOAM, mega corporación preponderante en materia del comercio y la banca, la Cofradía Espacial, institución que monopoliza el viaje estelar, y el Landsraad, consejo de nobles que funciona como contrapeso real de la hegemonía castrense del emperador, en suma una camarilla dominada por la misma Casa Corrino, de cuyo linaje salió el susodicho Shaddam IV, la Casa Atreides, al mando del Duque Leto Atreides, y la Casa Harkonnen, controlada por el Barón Vladimir Harkonnen y encargada de extraer con cosechadoras y refinar la sustancia más poderosa y deseada del universo, la melange o especia geriátrica, una droga que se encuentra en la superficie desértica del Planeta Arrakis y que alarga la vida del consumidor, despierta una vitalidad extrema, eleva su cognición y hasta provoca la presciencia o capacidad de vislumbrar el futuro. El emperador cedió a sus socios y testaferros, los Harkonnen, la explotación de Arrakis en lo que derivó en una tensión permanente con los habitantes locales, los Fremen, tribus errantes que llaman Duna a su planeta, resisten el dominio absolutista y mafioso del Imperio Galáctico y sobreviven en el páramo mediante destiltrajes que recuperan el agua de sus cuerpos. La casta que predomina en Arrakis siempre es la más poderosa a nivel económico y político porque la melange, producida por unos enormes gusanos que recorren las profundidades del planeta a lo largo de su misterioso ciclo de vida, es utilizada para navegar por los pilotos deformes de la Cofradía Espacial, por las clases pudientes en tanto signo de superioridad y por las dos principales escuelas de pensamiento que surgieron luego de la Yihad Butleriana, una guerra santa de antaño en la que los hombres destruyeron a los ordenadores, máquinas y robots pensantes que los habían esclavizado, nos referimos a los Mentat, cónclave que reemplaza en la praxis a las computadoras en lo que atañe a la lógica y los análisis predictivos, y las Bene Gesserit, una secta femenina orientada al control corporal y del pensamiento con vistas a mejorar la raza humana por eugenesia positiva o favorecimiento de la reproducción de los considerados más aptos, unas semi hechiceras que acceden sólo a la sabiduría de sus antepasados hembras y por ello están obsesionadas con generar un macho con la misma capacidad de acumular conocimiento genético aunque ya de toda la humanidad, el Kwisatz Haderach, un mesías perfecto llevado al terreno divino cuyo mito impregnó también a los Fremen y a su anhelo de mejoramiento de las arduas condiciones de existencia en Arrakis.

La trama en sí de la novela, la cual sería adaptada por la muy despareja película homónima de 1984 de David Lynch, recordada faena producida por Dino De Laurentiis mediante su hija Raffaella, y por la apenas correcta miniserie del 2000 de John Harrison para el Sci-Fi Channel, obra que tuvo una secuela también bastante rutinaria en 2003 a cargo de Greg Yaitanes, es relativamente sencilla porque implica una trampa del Emperador Padishah Shaddam IV contra el Duque Leto Atreides, quien recibe del primero el control de Arrakis luego de una mentirosa expulsión de la Casa Harkonnen de Duna que esconde el objetivo de sacar a los Atreides de su fortaleza en Caladan para eliminarlos como competencia directa de los clanes Corrino y Harkonnen en el Landsraad. Leto tiene de concubina a la Dama Jessica, fémina perteneciente a las Bene Gesserit y súbdita de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, y de hijo a Paul Atreides, un adolescente que desde muy pequeño fue entrenado por su madre, por un Mentat llamado Thufir Hawat y por los soldados de elite Duncan Idaho y Gurney Halleck, siendo la propia Mohiam la que somete al joven al “gom jabbar”, una prueba de dolor extremo con la meta de descubrir si el muchacho es digno sucesor de su padre y de las enormes responsabilidades por venir. Consciente del peligro pero sin la capacidad de negarse, Leto termina siendo traicionado por su médico personal, Wellington Yueh, quien droga al duque y se lo entrega al Barón Harkonnen y su Mentat, Piter De Vries, durante una arremetida masiva de los Sardaukar y las tropas del tremendo Vladimir, quien decía retener a la esposa del doctor cuando realmente la había matado. El barón asesinada a Yueh aunque éste predice la movida y sustituye uno de los dientes de Atreides por una cápsula de gas venenoso, la cual es utilizada por Leto para intentar cargarse al cabecilla de los Harkonnen, quien de todos modos sale con vida y reemplaza al finado De Vries con el Mentat de sus enemigos, Hawat. Jessica, embarazada sin saberlo de Leto e hija ella misma del Barón Harkonnen por los chanchullos genéticos de las Bene Gesserit, y Paul, sufriendo visiones recurrentes acerca de su futuro, huyen al desierto y eventualmente son aceptados por los Fremen, la fémina convirtiéndose en Reverenda Madre de las tribus del páramo al pasar por la Agonía de la Especia, ritual que desbloquea la memoria de la estirpe al ingerir un veneno y transformarlo en inocuo en el cuerpo, y el joven enamorándose de Chani, otra adolescente, y erigiéndose como caudillo bajo el mote de Muad’Dib, con el transcurso del tiempo padre de Leto II y propulsor de una guerra de guerrillas contra los Harkonnen basada en los sabotajes y las muchas incursiones bélicas subrepticias a lo contrarrevolución. Paul ingiere el Agua de la Vida, aquel veneno de la Agonía de la Especia, y después de tres semanas en coma regresa a la lucidez como el Kwisatz Haderach, adalid de una clarividencia todopoderosa a través del tiempo y del espacio, para derrocar al barón montando los gusanos de arena, quien fallece a manos de la pequeña hermana del protagonista, Alia, y para destruir el poder restante del emperador, obligándolo a abdicar a su favor mediante el matrimonio con su hija mayor Irulan Corrino, a su vez manteniendo como concubina a Chani. Ni siquiera el endiosado Paul puede detener la Yihad, un movimiento religioso que se le escapa de las manos y lo tiene como núcleo espiritual en pos de extender los credos Bene Gesserit y Fremen por el universo.

Ahora bien, la tercera adaptación oficial de aquella novela primigenia de Herbert, “oficial” porque el libro en cuestión desencadenó gran parte de la ciencia ficción posterior en lo que hace a influencias muy vastas y hasta laberínticas, es Duna (Dune, 2021), maravilla del canadiense Denis Villeneuve, señor que en esta ocasión se inspira en el marco productivo empleado por su colega Andy Muschietti para su díptico de traslaciones de 2017 y 2019 de It (1986), una de las diversas cumbres cualitativas de la carrera de Stephen King, ambas de Warner Bros. Pictures como la presente Duna, la cual opta por limitarse a la primera mitad del trabajo fundacional de 1965, léase finiquitando en la fase inicial de la aceptación de Paul y Jessica en el colectivo de los Fremen y la vuelta al dominio en Arrakis de la siempre brutal Casa Harkonnen, y por escaparle a la inevitable tentación de incluir referencias al igualmente fascinante mundo complementario de las secuelas literarias, una retahíla de novelas en la que únicamente se destacan las primeras cinco continuaciones porque fueron las realizadas por el propio Herbert antes de fallecer en 1986 a los 65 años de una embolia pulmonar, hablamos de El Mesías de Dune (Dune Messiah, 1969), Hijos de Dune (Children of Dune, 1976), Dios Emperador de Dune (God Emperor of Dune, 1981), Herejes de Dune (Heretics of Dune, 1984) y Casa Capitular: Dune (Chapterhouse: Dune, 1985), obras que sin renunciar a los entretelones enrevesados del poder, la sutil marca registrada de la saga, fueron incorporando ingredientes cada vez más fantásticos o metafísicos con la idea de balancear el anhelo de paz de la humanidad y sus luchas intestinas eternas cual dialéctica de las venganzas, los atropellos, las frustraciones y las conjuras en espiral. El guión de Jon Spaihts, Eric Roth y un Villeneuve que viene de otros dos tanques estupendos de ciencia ficción, La Llegada (Arrival, 2016) y Blade Runner 2049 (2017), se concentra por un lado en el carácter atormentado de Paul Atreides (Timothée Chalamet) y la Dama Jessica (Rebecca Ferguson), el primero por su futuro como mesías y ambos por los sacrificios que implica su accidentado derrotero y la misma muerte del Duque Leto (Oscar Isaac), y por el otro lado en las perspectivas opuestas de las dos ramas del imperialismo espacial que se dan cita en Arrakis, un trofeo disputado por la corriente moderada/ piadosa/ seudo humanista o simplemente maquiavélica clásica del mandamás de la Casa Atreides, quien desea pactar con los Fremen en buenos términos para no generar una situación de animadversión sostenida, y aquella otra intolerante que apuesta por la limpieza étnica, la encabezada por el Barón Vladimir Harkonnen (Stellan Skarsgård) y su sobrino Glossu “La Bestia” Rabban (Dave Bautista), propensos a masacrar a los locales siempre que tienen oportunidad para que no se metan en el proceso de recolección de la especia, encarado por cosechadoras gigantescas que penetran en el desierto profundo y son transportadas por naves de carga cuando los peligrosos gusanos osan acercarse, atraídos por las vibraciones en la arena. La película, asimismo, divide implícitamente a la Casa Atreides en función de las diferencias entre las dos manos derechas de Leto, ese Duncan Idaho (Jason Momoa) que es muy amigo de Paul y hace de diplomático para garantizar la paz ante el cabecilla de los Fremen, Stilgar (Javier Bardem), y el algo paranoico Gurney Halleck (Josh Brolin), militar de hierro que siempre desconfía y que en la novela incluso sospecha de una traición por parte de Jessica.

Villeneuve, responsable además de otros neoclásicos instantáneos como Maelström (2000), Polytechnique (2009), Incendies (2010), La Sospecha (Prisoners, 2013), El Hombre Duplicado (Enemy, 2013) y Sicario (2015), ya había adelantado que su idea era construir una versión para adultos de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), dando a entender en simultáneo -y con toda la razón del mundo- que la franquicia de George Lucas es para retrasados mentales y que la saga craneada por Herbert es la cúspide de la ciencia ficción intelectual debido a que, precisamente, privilegia las nociones de fondo, las intrigas, el desarrollo de personajes, el peligro acechante y el melodrama shakesperiano del poder por sobre la acción o el patético fetiche con la tecnología por parte de la fantasía del Siglo XX en adelante, obsesión frente a la cual la epopeya del escritor estadounidense propone un ludismo conceptual que sitúa en primer plano la capacidad de los seres humanos de carne y hueso para reemplazar cualquier habilidad de la técnica ortopédica o llevarla hacia nuevos horizontes de ambición y desenfreno. El canadiense evita tanto la exégesis de Lynch como aquella homóloga legendaria de la década del 70 de Alejandro Jodorowsky, un proyecto faraónico encarado junto al productor Michel Seydoux que lamentablemente no prosperó y fue retratado en un glorioso documental de Frank Pavich, Jodorowsky’s Dune (2013), y apuesta a la bella fotografía de Greig Fraser, muy cerca de Ridley Scott, y a la majestuosa banda sonora de Hans Zimmer para ofrecer una interpretación cuidada, adusta y cerebral de una obra magna que supo beber de diversas fuentes históricas y artísticas; pensemos para el caso en esa estructura claustrofóbica de dominio símil Edad Media, las múltiples alusiones al acervo beduino musulmán, la presencia de una dimensión ecológica determinante para los personajes, la figura de un imperio en clara decadencia como aquel encabezado por Roma, el motivo antropológico siempre insistente del choque cultural entre los Fremen y unos invasores que rapiñan su planeta/ hogar a lo Conquista de América, cierto esquema de un mesianismo transreligioso que aglutina elementos del budismo, del cristianismo y del mencionado islamismo, un trasfondo narrativo que se asemeja a una hipotética novela de aprendizaje/ “bildungsroman” inspirada en la fábula del Rey Arturo y en el poema épico Beowulf, la metáfora de la especia geriátrica para pensar el botín por antonomasia del colonialismo y del despotismo monopólico comercial en Medio Oriente, el petróleo, el papel de occidentales concretos como por ejemplo Thomas Edward Lawrence alias T.E. Lawrence en la rauda unificación de las tribus nómadas del desierto y en la reconversión militar subsiguiente para provocar la Rebelión Árabe contra el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, la influencia de la figura del matriarcado misionero en las Bene Gesserit y su cruzada vía la eugenesia positiva para superar las diferencias burdas de los sexos a través de la creación del Kwisatz Haderach, un manto zen a lo Carl Gustav Jung aplicado a un heroísmo de lenta cocción que se aparta de los poderes automáticos de los superhéroes pueriles de los cómics, y desde ya un regreso en general a las temáticas de Fundación (Foundation, 1951), otra novela exquisita del género aunque de Isaac Asimov, en sintonía con la crisis escalonada del Imperio Galáctico y esa presciencia de una melange empardada en misticismo premonitorio a aquella ciencia de la psicohistoria de Hari Seldon.

Más allá de la dinámica retórica del surgimiento de un estadista y líder social polirubro en la anatomía del paradójico Paul, otro de los caudillos patológicos de Herbert eventualmente adictos a la violencia o la egolatría, la película también indaga en la pobreza de las culturas monotemáticas como la occidental, representada en el relato mediante la fijación popular y aristocrática con la especia a lo petróleo aunque también empardada a cualquier clase de energía que resulte fundamental para desplazarse o hacer funcionar los aparatejos de los que están rodeados los bípedos en su contexto cotidiano, por ello los enfoques extractivos en Arrakis de los Atreides por un lado y los Harkonnen y Corrino por el otro pueden ser opuestos aunque ambos responden a la misma lógica predatoria y forman parte del mismo Landsraad, planteo que se complementa a través de las diferentes idiosincrasias alrededor de la melange entre las castas invasoras y los Fremen, éstos considerando a la especia geriátrica un alucinógeno sagrado que extiende la vida, vigoriza la salud y genera sus ojos azules característicos, no obstante para las huestes del imperio y el consejo de nobles, desde la óptica secular del capitalismo pancista e inhumano, la sustancia en polvo constituye el más preciado de los commodities tanto porque su consumo recreativo es sinónimo de estatus jerárquico comunal como debido a que su utilización práctica se hace indispensable en materia de la burguesía del transporte, la Cofradía Espacial, la rama piadosa psicologista en las sombras, las Bene Gesserit, y la tecnocracia que heredó muchas de las destrezas de las máquinas y de las inteligencias artificiales de antaño, hoy prohibidas a posteriori de la Yihad Butleriana, los Mentat. Las significaciones contrastantes en torno al agua, otro recurso compartido por los locales y los extranjeros, asimismo sirven para pintar uno de los grandes motivos del film de Villeneuve y de la saga literaria de Herbert, la hibridación cultural de la mano de una amalgama tragicómica de desconcierto, aceptación o rechazo y finalmente adaptación a lo que el otro tiene para ofrecer, pensemos primero en la sorpresa de los representantes de la Casa Atreides ante la costumbre Fremen de escupir como símbolo de buena voluntad, renuncia honrosa cual ofrenda frente a un prójimo al que se le regala algo tan preciado en la aridez como el líquido, y segundo en la necesidad de estos beduinos aggiornados para con el destiltraje, atuendo que recicla la orina y la transpiración, y esos martilleadores que utilizan para atraer a los gusanos de arena y subirse al lomo del animal con ganchos y cuerdas, medio de transporte ultra bizarro que ha quedado grabado en el imaginario de los amantes de la ciencia ficción por generaciones y generaciones. Todas las actuaciones son muy buenas y parejas y a los nombrados Chalamet, Isaac, Skarsgård, Ferguson, Bardem, Momoa, Brolin y Bautista, se agregan David Dastmalchian como Piter De Vries, Stephen McKinley Henderson en el papel de Hawat, la querida Charlotte Rampling en la piel de Mohiam, Zendaya Maree Stoermer Coleman como Chani, Chang Chen como el pérfido a la fuerza Yueh y Sharon Duncan-Brewster y Babs Olusanmokun como Liet-Kynes y Jamis, respectivamente, personajes centrales del último acto. Entre el steampunk de globos aerostáticos y helicópteros símiles libélulas y la sensación de viajar sobre el regazo de Dioses surcando el desierto, el opus de Villeneuve por fin le hace justicia a la novela aunando lirismo, fastuosidad y contenido valioso de resonancias universales…