Duna

Crítica de Diego Ávalos - A Sala Llena

CANTAR EN VOZ BAJA

La primera característica de un narrador épico es su humildad. El contraste poético se produce entre un hecho inmenso y una voz que se reconoce muy por debajo de las capacidades necesarias para retratarlo.

Leemos a Homero en el Catálogo de las naves de la Iliada:

“La multitud contar yo no podría

ni tampoco nombrarla aunque tuviera

diez lenguas y diez bocas

y voz infatigable y en el pecho

tuviera yo de bronce los pulmones…”

Esta humildad de la voz es necesaria para que el canto no sea un pastiche entre los sucesos épicos y un narrador orgulloso de sí, de sus palabras, de su honor, de la atención que se le presta. La épica está en sus héroes, no en quienes los cantan.

El problema del film Dune es que el narrador se toma muy en serio a sí mismo, queriendo impregnar cada uno de sus planos de un aura épica que no se consigue por las acciones sino por una mística anterior, que al ser forzada, resulta falsa y molesta. No hay conversación, paisaje, objeto o acción cotidiana que no pida ser leída como paso de Aquiles o grito de Héctor. Más que relato épico, parece una gran publicidad de autos y perfumes: bella y fría, forzada y lejana.

Pero además, Dune tiene el problema de venerar la misma historia que está contando, como si realmente esta se tratara de la Iliada de Homero. Y la novela de Herbert es muy, muy fallida.

“Dune” es hija de su época. Solamente un norteamericano alejado de la religión de sus padres, católico en este caso, y deslumbrado por la moda de su época, podía haber creado semejante menjunje. Orientalismo, ecología, drogas y alucinaciones, arabismo, mesianismo, espiritualismo. Dune es una novela de la new age, y por eso mismo su interés para personas como Jodorowsky, Lynch o George Lucas. “Dune” es una novela que quedó vieja, siendo uno de los mejores retratos de una generación confusa que veía el mal en el petróleo, el bien en las religiones exóticas a occidente, o la salvación en la aparición de un mesías revolucionario que es enviado por las fuerzas cósmicas de la era de Acuario pero no por Dios. Esta misma generación, algunos años después, seguiría apostando por una espiritualidad de libros de autoayuda y piedras minerales compradas con tarjeta de crédito. Sin ser una novela perfecta, “Las brujas de Eastwick” de John Updike, es un buen retrato de esta generación hippie que termina practicando magia negra por aburrimiento consumista.

“Dune” está escrita con una seriedad risible, una confusión puesta adrede para hacerla sentir importante, una prosa que fuerza la épica y unos personajes tan venerados como chatos.

Tolkien, que tenía las ideas más ordenadas, hace también un relato épico donde lo grande se combina con canciones, donde hay humor, un leve erotismo elfo y páginas de puro terror.

La película de Denis Villeneuve parece sentir un temor reverencial por su material de origen y en vez de atacar sus puntos débiles, los sigue como si fueran dogma. Una historia que tarda mucho en arrancar, un desarrollo de personajes que resulta frío, un tono orgulloso y forzado que resulta agotador.

Para contar la épica de necesita de una voz humilde y un hecho grande. Cuando la voz grita su importancia y la épica está inflada, solo obtenemos una derrota olvidable.