Duna

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Dune (1965) de Frank Herbert es, sin lugar a dudas, la novela de ciencia ficción mas importante de su tiempo. Fíjense sino en su contenido: drogas, estados expandidos de la mente, religiones paganas, convivencia en armonía con el medio ambiente, conspiraciones pergueñadas por las potencias de turno, guerrilla, la lucha por el dominio de recursos naturales escondidos en el desierto… wow!. Desde el movimiento contracultural estadounidense hasta el conflicto del petróleo con la OPEP, desde los hippies hasta la movida ecológica surgida a principios de los 70s, todo eso fue anticipado por Herbert en su monumental novela. Es, claro, un texto difícil de digerir por su densidad; pero uno plagado de capas y capas de temas de actualidad, escritos solo de manera metafórica.

El drama con una obra tan compleja e intrincada es que su adaptación bordea lo imposible. Alejandro Jodorowski quiso adaptarla en los 70s en una obra alucinógena de 8 horas con música de Pink Floyd, diseños de Moebius, Orson Welles como el barón Harkonnen y Salvador Dalí como el emperador. Semejante pire se cayó por el peso de sus propios excesos y ambiciones y los derechos sobre Dune flotaron en el aire hasta finales de la década, cuando Star Wars hizo capote en las taquillas y todo el mundo quiso tener su propia franquicia de space operas. Dino de Laurentiis se hizo con los derechos y trajo a David Lynch, quien cocinó su repudiada versión de 1984. Mientras que Dune (1984) es una maravilla en cuanto a cast y diseño de producción, el drama es que Lynch se enredó con la adaptación – quiso meter todo lo que la novela tenía en un único filme de 137 minutos – y la hizo densa y antipática. Público y fans de la novela la odiaron y, por mi parte, debo admitir que recientes revisiones del filme me hacen tender un manto de piedad sobre el mismo. Lo que ocurre es que Lynch es un tipo que desborda de originalidad y en Dune (1984) hay decisiones artísticas, toneladas de simbolismos y una imaginería visual que son realmente brillantes y únicas. Aun cuando haya sido un fracaso comercial todas las versiones posteriores de Dune – sea la miniserie del 2000, los videojuegos, esta misma versión – han vivido a la sombra de lo que Lynch plasmó en pantalla. Si, los mecanismos dramáticos de la versión 1984 no son los mejores – la sobreactuación atroz abunda – pero la visión de un Barón Harkonnen volador, pustulento y perverso es una que resulta imposible de borrar, amén de la dignidad puesta por Kyle MacLachlan en el rol de Paul Atreides. Todo era impactante, fuera para bien o para mal. Fallida pero épica.

A Lynch le siguió la miniserie del 2000 y una secuela – que adaptaba dos novelas siguientes de la saga -, las cuales hicieron un mejor trabajo en la profundización y enseñanza didáctica de los complejos mecanismos que rigen el universo de Herbert. Es mas que posible que Dune, como tal, no sea material cinematográfico sino de miniserie – le ocurre a obras tan disimiles que van desde His Dark Materials hasta Fundación de Asimov – pero los estudios insisten con las sagas y las máquinas de hacer dinero en taquilla. Lo que precisa Dune es un Peter Jackson: un tipo que sea fan del material original, que lo reordene y simplifique sin perder el espíritu del texto y que, sobre todo, sea tan épico como didáctico.

La tarea recayó acá en Denis Villeneuve quien – después de Christopher Nolan – se ha convertido en el nuevo chico maravilla de la ciencia ficción cinematográfica. Basta ver lo que hizo Villeneuve en sus filmes anteriores de género – léase Arrival y Blade Runner 2049 – para darse cuenta de que es el hombre indicado para la tarea. Hace años que flota la idea de revivir la franquicia – y lo mas cercano que hubo fue un proyecto con Peter Berg a principios del 2000 – pero sólo ahora, con el auge de los efectos especiales, la búsqueda de franquicias multimillonarias y, sobre todo, la guerra muerte en el mercado del streaming es que Dune consiguió luz verde para ser concretada.

Lo que hace Villeneuve con Dune 2021 es titánico. Simplificó la trama – esto no es mas que una de intrigas reales a lo Shakespeare, con el emperador y los Harkonnen conspirando para derribar la próspera casa Atreides; los Atreides, conscientes de que la imposibilidad de cumplir las cuotas semanales de especie lo llevará a un enfrentamiento inminente e inevitable con el imperio y por ello debe armar una alianza de apuro con la guerrilla local – y tiró, al pasar, el tema de la herencia de superpoderes mentales que le corresponde a Paul por ser hijo de una Bene Gesserit – la orden de brujas que manipula el lado religioso del imperio con mano de hierro -. Chau explicaciones posibles sobre por qué no hay computadoras, robots o por qué todos usan naves de madera y cuchillos; el emperador no aparece (todavía) y mucho menos se ven los gusanos espaciales del Sindicato de Navegantes. Es todo mucho mas simple y con mas aire para tridimensionalizar los personajes. Ya no están las molestas intrusiones de Lynch donde todos escuchábamos las voces en off donde los personajes se preguntaban sobre si Paul es el elegido de la profecía – acá es mas sutil, es la gente susurrando 5 o 6 palabras en lengua extranjera y éso solo ocurre un puñado de veces -, e incluso la figura del duque Leto y Duncan Idaho, líder de la guardia real, adquieren estatura épica. Leto realmente es un estadista inteligente y generoso pero no un quedado o un almidonado y, en cuanto al otro, es simplemente Jason Momoa en su salsa. Por otro lado las Bene Gesserit apenas figuran – no son la presencia insidiosa, letal y constante de la versión de Lynch pero, bue, falta la segunda parte – y los Harkonnen son meramente mercenarios amorales. Atrás quedó la lascivia, acá solo hay negocios. Stellan Skargard es astuto y retorcido, pero carece de esa ampulosidad larger than life que tenía Kenneth McMillan – por lejos, lo mejor de la visión lynchiana -. Dave Bautista es mejor que su contraparte de 1984, mostrando a pleno el por qué del sobrenombre “la Bestia”, decapitando decenas de soldados enemigos capturados en cuestión de segundos y sin el mas mínimo miramiento.

Y luego está Timothée Chalamet. No tiene el porte real de MacLachlan, se ve mas virginal pero no por eso deja de ser menos pragmático. Es muy bueno sobre todo en las partes intensas – donde tiene visiones sobre Arrakis -, falta ver si en la segunda parte va a rebosar del carisma que precisa el rol. Su química con Rebecca Ferguson es simplemente excelente.

Mientras que las perfomances son bárbaras – y los momentos épicos son espectaculares; acá todo es masivo desde los palacios hasta las naves, cosa que me hace acordar a los Necromonger de Las Crónicas de Riddick -, hay algunas fallas. El relato simplemente se para a las 2 horas 30 simplemente porque no pueden meter mas metraje. El final es anticlimático. Las peleas con cuchillos se ven descremadas y, como lider Fremen, Javier Bardem es un error de casting. Sobreactúa, es teatralmente dramático, incluso los Fremen se ven demasiado estoicos. Honestamente los últimos quince minutos del filme – con Paul y Jessica encontrando a los Fremen – se ven como salidos de la película de Lynch de 1984. Falta que Stilgar le diga con tono ridículo “pero… Muadib!!” – tal como hacia atrozmente Everett McGill en la versión de Lynch, lo que sonaba a piropo gay! – para caer en las mismas fallas. Los Fremen deberían ser puro misterio, acción y pragmatismo pero parecen plagados de discursos, teatralidad y reglas estúpidas.

Faltan cosas aquí – ¿y Feyd Rautha? – pero lo visto es brillante en un 90%. Falta ver el resto, ya que el filme no se sostiene en sus propios pies por falta de final. Con unos ajustes menores Dune 2021 puede ser un éxito arrollador – es la novela de Herbert hecha de manera mucho mas accesible y épica – pero falta ver si Warner / HBO le dan el visto bueno o sólo queda algo brillante e inconcluso… algo que ha ocurrido demasiado seguido en franquicias de fantasía y ciencia ficción que murieron al final de su primer capítulo.