Dulce país

Crítica de Héctor Santiago - Revista Cultural Siete Artes

“¿Qué mierda estás haciendo”, “Negro bastardo”, “…maldito negro bastardo”, “¿De dónde sacaste tu stock negro?”, “Pedacito de mierda”.

Insultos, órdenes, desprecio, violencia física. Esa es la única manera con la que los “amos” blancos establecen relaciones con sus esclavizados trabajadores negros (propietarios originales de las tierras) en la Australia de 1929. ‘Sweet Country’ o ‘Dulce País’ (como se tradujo al español) es identificada como un Western de procedencia australiana. Aunque haciendo honor a su contenido se podría afirmar que tiene algo de “contrawestern”: los indígenas o más correctamente los pueblos originarios no son asesinos como habitualmente se los retrata.

Por su lado, los vaqueros blancos y también los soldados, tradicionalmente presentados como hombres sacrificados, héroes y defensores implacables de la justicia, aquí quedan retratados, sin cortapisa alguna, como usurpadores de tierras, asesinos y racistas. Un hombre negro encadenado por el cuello, de las manos y de los pies en una silla, responde con un gesto de la cabeza la pregunta que alguien le hace. Un niño negro que calza un solo zapato es castigado sin piedad por haber comido una sandía del huerto del patrón. Mientras espera su juicio, un hombre escucha que afuera de su celda otros hombres trabajan con madera: agujerean, clavan, cortan. También anudan y trenzan una soga. La materialización del castigo avanza día con día. En una cacerola se calienta una sustancia de color negro. Mientras tanto se escucha en off una retahila de denuestos dirigidos a los trabajadores de la hacienda.

Con pantalla completa en negro se escucha una voz masculina que profiere amenazas a una persona si osa desobedecerla. Alcohol, peleas, tiroteos, muertes, el bar, el amor y la religión van consolidando los ingredientes de un western. Una persecución por algunos paisajes característicos del género y otros no tan habituales se suman a la trama. El fuego nocturno. La justicia celebrando sus deliberaciones en la calle, rodeada de los habitantes del pueblo, a la manera de un imperdible espectáculo público. Un adolescente de origen Myall, es protagonista de los sucesos. Inteligente y seguro, también testigo agudo de la historia. Sus respuestas y actitudes dejan a los patrones blancos irritados cuando no perplejos y paralizados. A veces un color uniforme, por momentos casi sepia dan cuenta de la áspera geografía. Tierras rojas, vegetación rala, casi desértica, agua escasa, parecen acentuar la gravedad de los sucesos que se narran. Largos recorridos por suelos polvorientos que parecen invitar a los hombres y animales a huir de ese entorno desesperanzador.

Thornton es un cuidadoso constructor de ambientes. Para componer su banda de sonido recurre a los ruidos que se producen en el ambiente: relinchos y galopes de caballos, chirridos de insectos, el mugido de las vacas, ruidos de puertas que se cierran o se golpean con violencia, ladridos de perros, el soplo del viento, los roces de las ruedas de los carros, el agua que se derrama, los pasos de los caminantes. La historia no se cuenta de manera lineal. Desde un comienzo y hasta el final el relato sufre disrupciones generadas por el uso de recursos como el intercalado de escenas retrospectivas o futuras. Con ello el director favorece el ritmo del relato y alimenta el suspenso al obligar a los espectadores a preguntarse por el sentido de las imágenes que quiebran el desarrollo cronológico de la historia. Abundan los planos generales tanto en las caminatas de los protagonistas como en los recorridos a caballo.

La pantalla nos ofrece una vastedad de valles y montañas que desde un principio fueron territorio habitado por los aborígenes. Una acentuada preferencia por las tomas realizadas desde el interior de las viviendas para retratar el exterior, combinando así el claroscuro de los cuartos con la luminosidad del afuera. La aparición nocturna de los alacranes parece obedecer a la necesidad de sugerir estados de ánimo o caracterizar algunas conductas. Thornton resuelve el asunto apostando al lenguaje fotográfico y no al parlamento. También en el uso del tiempo y el cuidado de la progresión narrativa son ámbitos donde el director exhibe un cuidado especial.

La resolución que logra para el largo y extenuante recorrido que hace el sargento por un terreno árido y salobre es otro ejemplo de su talentosa orfebrería cinematográfica.