Dulce espera

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

La otra postal

Hay un axioma que reza menos es más y que encuentra su mayor expresión algunas veces en el documental que tiene la capacidad de mostrar la totalidad de un fenómeno a partir del recorte de la realidad pero sin reducir el todo a la sumatoria de las partes.

Por partes pueden entenderse aquellos tópicos que abarca en su microcosmos particular de detalles. Lo único que resta es saber dirigir la mirada para que el recorrido tenga una cohesión o lógica interna, capaz de revelar aspectos ocultos que a simple vista pasan desapercibidos a un ojo poco lúcido o atento a lo que pasa en el devenir de las imágenes. Todas esas cualidades son necesarias para concebir una buena película más allá de los resultados estéticos posteriores cuando el foco se concentra en la historia y en su contexto.

La realizadora Laura Linares lo logra con creces en su film Dulce espera, protagonizado por tres personajes: Valeria (Valeria Quiñelen), su novio Lucas (Lucas Jaime Torre) y su madre (Ana Torre). La joven adolescente Valeria conoce a Lucas a partir de las cartas que le envía durante su estadía en prisión y producto de la visita conyugal queda embarazada, mientras él purga la condena por haber robado a pesar de los consejos y reproches de su madre, devota de la religión metodista pentecostal que cree que Dios es el único que castiga y salva con su perdón divino.

Sin embargo, para Lucas la vida no debe implicar sacrificio alguno y mucho menos si de trabajo se trata por lo que su redención es prácticamente imposible. Esa a grandes rasgos es la historia que Linares desarrolla inteligentemente sin caer en el derrotero de los lugares comunes y tomando como posición ética- y porque no estética- la idea de no juzgar a sus criaturas.

Tal desafío le permite inmiscuirse sin pedir permiso en la intimidad de Valeria, quien vive junto a su hermana en la parte marginal de Bariloche, completamente alejada de esas postales turísticas revisitadas por el cine una y otra vez. Su mundo se circunscribe a una habitación en ruinas y desordenada con varias esperas a cuestas: la del niño por nacer; la de la libertad del padre de la criatura; la de un futuro un poco menos sombrío que el que se le presenta día a día cuando busca consuelo en publicidades de revistas y sueña con ser otra.

Todas esas coordenadas de la otra postal que definen a Valeria más allá de su pequeña historia de amor adolescente teñida de romanticismo epistolar son atravesadas por una cámara que registra momento a momento, silencio a silencio y atrapa algunas pocas frases que puedan decirse cuando la angustia escapa por las pupilas. La cámara pupila de Laura Linares observa, cuestiona, sensibiliza, reflexiona y confronta a un espectador acostumbrado al brillo de las imágenes televisivas cuando la realidad se abre a los costados del camino. Por ese lugar complejo y cruel solamente una directora que sabe lo que quiere decir transita sin perder el horizonte en declamaciones y retórica porque no hace falta más que ver, escuchar y entender.