Dromómanos

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Descenso a los infiernos

Mezcla de neorralismo italiano con el cine de Leonardo Favio, de quien el mismo director se dice influenciado por su obra, Dromómanos (2012), de Luis Ortega, estrenada en el BAFICI 2012, se sumerge en un mundo marginal para contar una historia que rompe con los límites de la ficción y el documental.

El director de Caja negra (2002) y Los santos sucios (2009), fiel a su estilo trabaja nuevamente con un mundo post-apocalíptico, en donde una serie de personajes marginales deambulan por una Buenos Aires tan reconocible como extraña. Una ciudad que nadie quiere ver aunque se la recorra diariamente

Personajes que parecen salidos del mismo infierno aunque se muevan a diario entre nosotros son los protagonistas de Dromómanos. Un adolescente enano y su novia celosa, un joven alterado mentalmente que deambula entre el psiquiátrico y la casa de su psiquiatra, cuyo estado no es muy diferente al del paciente, una chica cuya mascota es un cochinillo que le verá la cara a la muerte, son los dromómanos que recorren la nueva película de Luis Ortega, uno de los pocos directores que sabe retratar la marginalidad sin regodearse en ella, sino, casi contrariamente, descendiendo hasta más allá de los límites para ser parte de ella.

Una cámara en mano movediza va registrando cada una de las historias de esta película coral que mezcla actores como Ailín Salas y Julieta Caputo con personajes reales. Si la película tiene virtudes es la forma de encarar desde el realismo el trabajo actoral, los personajes no actúan sino son ellos mismos, o al menos es lo que se transmiten desde la pantalla. Ese forma que sin duda remite a Crónica de un niño solo (1964) de Leonardo Favio o aquellas películas neorralistas de los años 50, en donde la verdad se mezclaba con la ficción y viceversa, tiñen el relato de la más pura crudeza, generando un relato ambiguo ante sensación de que si lo que se ve es la filmación de la realidad o una puesta en escena.

Luis Ortega, no es simplista, sino todo lo contrario. Es un director de choque, que busca poner al espectador en un lugar de incomodidad tanto por la forma de encarar sus historias como por el contenido de lo que cuenta. Y Dromómanos no es la excepción. Es un cine de rupturas éticas y esteticas. Seres que parecen haberse escapado del Inferno del Dante para deambular por una ciudad que no queremos ver, aunque le veamos a diario. Pero también es un director coherente a esas formalidades si se ve su obra completa en forma retrospectiva. Un director capaz de mostrar mundos decadentes, tortuosos, infernales sin juzgarlos ni someter a sus personajes a redenciones moralizadoras pero sí catárticas. Y enfrentar al espectador con una realidad que muchas veces no quiere ver.