Drive

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

A CONTRAMANO

El “Señor que traduce los nombres de las películas” se equivocó de nuevo. ¿Qué necesidad había de agregarle a DRIVE ese estúpido subtítulo de “ACCIÓN A MÁXIMA VELOCIDAD”? ¿Por qué ese “Señor” quiere vendernos algo que no es necesariamente lo que el film ofrece? ¿Acaso este “Señor” piensa que si una película no tiene “acción” ni “máxima velocidad” nadie la va a querer ir a ver? ¿Es tonto ese “Señor”? DRIVE no es ACCIÓN A MÁXIMA VELOCIDAD: el subtítulo va totalmente en contra de la esencia de la película. DRIVE no es tiros y persecuciones. Hay algo de eso, sí, pero en menor medida de lo que uno podría esperar. DRIVE es otra cosa. DRIVE es más: es una película brillante e hipnótica. Es cine noir con brillo de neón. Es un cuento de hadas melancólico y urbano. Es un homenaje al cine de otra época. Es una triste historia de amor. Es energía controlada, como una bomba nuclear con acelerador, freno y embrague. Es una banda sonora de otro planeta. Es poesía que muerde. Es un escorpión dorado. Es Ryan Gosling afilado como una bala, contundente como un martillo.

DRIVE relata la historia de un solitario y silencioso hombre sin nombre que se dedica a manejar. De día, conduce autos para las escenas de riesgo de las películas; de noche, es contratado por delincuentes para escapar de la Policía. Su vida es eso, estar detrás del volante: lo que hace lo define y es tremendamente hábil en lo que hace. Todo cambia a partir de la llegada a su vida de Irene (Carrey Mulligan), una vecina que lo enamora. Pero ella está casada: su marido sale de la cárcel y le debe dinero a gente peligrosa. El Conductor, por ella, decide ayudar al ex-convicto en un último golpe, pero las cosas no saldrán como estaban planeadas.

Al igual que su personaje, Ryan Gosling lleva la película sujetando firmemente el volante. Ryan maneja. En la que es una de sus mejores actuaciones, compone estupendamente a un personaje difícil de olvidar. Cautiva con sus gestos, con sus silencios que dicen tanto, con sus miradas melancólicas e incluso con su vestimenta (la campera con el escorpión). Como si fuera poco, a Ryan lo acompañan secundarios de lujo: Mulligan, Bryan Cranston, Ron Perlman y Albert Brooks (injustamente olvidado en la última entrega de los Oscars). Todos empujan desde atrás el auto que Ryan maneja a 120 kilómetros por hora: no hace falta, el auto no está roto; el auto anda más que bien, pero ellos empujan con toda su fuerza.

Para adaptar la novela de James Sallis, el director Nicolas Winding Refn (BRONSON; VALHALLA RISING) eligió utilizar un estilo de cine noir, un género en el que, por definición, el protagonista es un antihéroe que se desenvuelve en un entorno de desesperanza, un contexto violento y fatalista en el que no parece no haber salida: el conductor de DRIVE parece estar así, atascado, envuelto en una tragedia inevitable, perdido en un laberinto del que debe tratar de salir aunque eso implique su destrucción. Pero ya dijimos que DRIVE, siempre, es más. Como el director reconoció, su película es también una especie de cuento de hadas agridulce y melancólico: el Conductor es el noble caballero, un personaje casi arquetípico, que ayuda a la princesa inocente (Irene). Así, se puede seguir hurgando debajo del capó y se van a encontrar más cosas. Son pocas las películas que permiten sumergirse tanto en su complejidad. Y eso ya dice mucho.

En DRIVE todo suma, pero nada sobra: el guión esta ajustado a la perfección, no hay desviaciones. Además, es una película con el tanque lleno de detalles de altísimo octanaje: son esos momentos (el martillo y la bala, el poético beso en el ascensor, la escena a orillas del mar) los que convierten a DRIVE en una de esas películas que dejan las marcas de las llantas en las retinas. Para siempre.

Para mencionar otras marcas de estilo que hacen a DRIVE única, también hay algo de espíritu retro ochentoso: las letras de los títulos con ese rosa chillón-neón a lo NEGOCIOS RIESGOSOS (RISKY BUSINESS, 1983) o la hipnótica banda sonora, cargada de tonos electrónicos, a veces también hiper-moderna, lo que genera una sensación de exceso casi kitsch en cuanto a lo musical. Estas melodías se conjugan magistralmente con imágenes de una potencia poética avasallante.

DRIVE, su director, su actor protagonista, todos para uno y uno para todos, perfectamente acompasados, cambian de velocidad con total destreza, como si echaran mano a la palanca de cambios en el momento justo para pegar el volantazo. DRIVE tiene una facilidad que sorprende para ir de momentos de lirismo puro a otros de una violencia brutal en un instante, como una explosión fugaz, y de nuevo bajar uno, dos, tres cambios. La butaca del cine se convierte, así, en el asiento del acompañante. Nosotros, como espectadores, lo mejor que podemos hacer es subirnos, sentarnos, callarnos y agarrarnos. Será un viaje diferente a lo que estamos acostumbrados: habrá momentos intensos, sí, pero no habrá “acción a máxima velocidad”. Este será un viaje a contramano.