Drive my car

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La vitalidad de Chéjov

En su último film, el realizador japonés Ryûsuke Hamaguchi se adentra en el cuento homónimo del escritor Haruki Murakami, publicado en 2014 en el libro Hombres sin Mujeres, para indagar en el duelo entre un aclamado actor de televisión y teatro y una joven chofer profesional, que en su inusual relación descubren cómo sobreponerse al dolor que los inunda.

Escrita por el propio Hamaguchi en colaboración con el guionista Takamasa Oe, el film expone la relación entre Yûsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), un exitoso actor de teatro de Japón que vive junto a su esposa, Oto (Reika Kirishima), una guionista de televisión y dramaturga que le narra sus historias a su marido antes, durante y después de mantener relaciones sexuales, relatos vívidos, con algún grado de perversión sexual, que olvida al día siguiente. Yûsuke, luego, le cuenta las historias que ella misma le narró el día anterior en una de las tantas costumbres que caracterizan a la pareja. Todos los días, Yûsuke conduce su atesorado Saab 9000 de más de quince años, hoy considerado de colección, hasta el teatro practicando las líneas de sus obras con casetes que graba Oto como la interlocutora de su papel. La relación entre ellos parece perfecta, plena de buen sexo, respeto y colaboración, profesionalmente fructífera, pero el espectador pronto descubre que hace varios años la hija pequeña de la pareja murió de una enfermedad y que Oto engaña a su marido con jóvenes actores de teatro y televisión en relaciones clandestinas que Yûsuke acepta con resignación, por miedo a una confrontación sin que su esposa sepa que él sabe. Esto no parece afectar a la pareja en su convivencia diaria, pero los indicios de que algo no está bien afloran a través de distintas situaciones que alteran la cotidianeidad y la percepción que el espectador tiene de la complejidad de la pareja. Al llegar una noche muy tarde después de interpretar una obra, Yûsuke encuentra a Oto desvanecida. La mujer fallece por una hemorragia cerebral esa misma noche y Yûsuke se culpa por no haber llegado a tiempo a su casa, lo que genera que tenga un colapso nervioso durante la interpretación de una obra.

Dos años después del abandono de la profesión, el actor viaja a Hiroshima para participar de un Festival de Teatro donde será el director de la interpretación de Tío Vania (1898), una de las obras más brillantes del escritor ruso Antón Chéjov. Por una política de la compañía de teatro, un conductor se le asigna a Yûsuke, que es reticente a que alguien más maneje su automóvil o que interrumpan su peligrosa rutina de ensayo, pero la habilidad para manejar de Misaki Watari (Tôko Miura), su prestancia y su silencio rompen con sus pruritos tras una exitosa prueba que la chica pasa con creces. A partir de allí la conductora y el actor comienzan a abrirse el uno al otro en una relación platónica que los ayudará a enfrentar los traumas que acarrean de su pasado. En la audición, Yûsuke selecciona a un joven actor que había trabajado en una de las obras para televisión de su esposa Oto, Kōji Takatsuki (Masaki Okada), quien durante los ensayos le revela su admiración y la sorpresa por su selección en el rol de Tío Vania, que todos asumían sería interpretado por el propio Yûsuke. Durante las largas conversaciones y ensayos, Yûsuke lo hará crecer como actor y Kōji le narrará en un viaje en auto, con Misaki como espectadora, el final de una de las últimas historias en las que Oto estaba trabajando, un guión para televisión sobre una adolescente obsesionada con un compañero de clase. Una acusación contra Kōji pondrá a Yûsuke contra las cuerdas y deberá decidir si cancelar la obra o enfrentarse con la intensidad del personaje de Tío Vania y la vitalidad de la obra de Chéjov, a la que admira pero también teme por su conexión con las emociones de su propia vida. A través de la obra de Chéjov y la historia de Yûsuke, Misaki también se verá empujada a adentrarse en su pasado para exorcizar sus demonios y comenzar una nueva vida.

La trama va revelando detalles del pasado de Yûsuke y Oto para también adentrarse en la existencia de Misaki, verdadera protagonista del film. Cada detalle agrega profundidad a la historia para comprender que es imposible conocer completamente a la persona que se tiene al lado, un verdadero misterio insondable, objeto del deseo y la desesperación.

El film de Ryûsuke Hamaguchi recorre los ensayos de la obra de Antón Chéjov descubriendo distintas escenas y métodos de trabajo e interpretación, explorando las incertidumbres de los actores, el rol del director y la fuerza de una obra que obliga a los protagonistas a enfrentarse con los traumas de antaño. En los viajes en auto los protagonistas logran construir un vínculo, que se profundiza y se afianza a través de la interacción con el texto de Chéjov, que los llevará por caminos extraños y los conducirá hasta el pueblo donde Misaki creció y del que huyó tras la muerte de su madre para quedar varada en Hiroshima. Tío Vania, al igual que Esperando a Godot (En Attendant Godot, 1955), de Samuel Beckett, al principio del film, funciona como un catalizador de las problemáticas abiertas de los protagonistas, una reinterpretación de sus vidas que revive sus heridas y las resignifica para poder sanar y avanzar.

Tanto Yûsuke como Misaki aparecen atrapados en sus rutinas, incapaces de salir de ellas para mirar hacia afuera, lo que contrasta con otros personajes, como la feliz pareja de la actriz muda y el productor del Festival de Teatro, quienes invitan a ambos a su casa para contarles su historia y revelarles cómo ellos se sobrepusieron a sus vicisitudes. A través de ellos y de la obra de Chéjov, Yûsuke y Misaki lograrán salir de la carretera interminable que los mantiene adormecidos mirando al vacío para poder observar nuevamente al otro a los ojos.

Drive My Car (Doraibu mai kâ, 2021) no recurre a tomas obvias de Hiroshima ni hace mención directa a la destrucción de la ciudad en 1945 ni a los traumas de su pasado. Por el contrario, la fotografía de Hidetoshi Shinomiya y la historia se centran en las rutas costeras, los hoteles y hasta en una planta de procesado de basura, tan solo mostrando una toma corta de la espectacular Fuente de las Plegarias en el Centro de Memoria por la Paz, núcleo de la ciudad y símbolo de la devastación y la recuperación. La cámara realiza una gran labor en los primeros planos de las extraordinarias interpretaciones de los protagonistas, conducidos por la trama hasta las profundidades de sus dolencias emocionales, los traumas de su pasado y sus inseguridades respecto de sus acciones pretéritas. Hiroshima se convierte en una ciudad para que los dolidos personajes expongan sus historias a la luz, buscando así una redención imposible que solo demuestra que la vida es un compendio de experiencias de las que hay que sobreponerse como sea, encontrando el camino para romper con el propio circulo vicioso.

La música de Eiko Ishibashi es realmente sobrecogedora, genera una sensación envolvente entre la imagen y el espectador proponiendo un entendimiento alrededor de relaciones que ofrecen distintas formas de encontrarse a sí mismos y con los otros, de descubrir el amor y aferrarse a él como a la vida misma. El comienzo del film con Oto yaciendo junto a Yûsuke después de tener relaciones sexuales, narrándole la historia de una adolescente obsesionada con un compañero de clase hasta el punto de irrumpir en la casa y en el cuarto del joven para dejar pequeñas señales que pasan desapercibidas en una historia potencial para la televisión japonesa, es absolutamente maravilloso, al igual que las escenas sexuales en las que Oto continúa el desarrollo de su apasionante y perverso relato ante su extático esposo.

Durante todo el film hay una tensión insoportable entre personajes que ven cómo la voz, las historias y la vida de Oto los unen en una trama que crece con cada escena y cada diálogo circunspecto como la idiosincrasia japonesa. La presencia de Oto en las grabaciones y en la relación con Kōji, un posible amante, es un recuerdo insoportable de su ausencia, una evocación de lo que fue y de lo que debería ser, la memoria del placer sexual y del miedo a perderla, de su amor y su ternura, y de sus amantes furtivos, del engaño y la pasión que nunca más será. Una pérdida insoportable para un hombre devastado.

Ryûsuke Hamaguchi construye cada personaje con la misma delicadeza y sensibilidad de Murakami para llevar el dolor hacia la catarsis de todos los protagonistas, que sufren por lo que no hicieron, por quedarse quietos, por llegar tarde, o por callar, en una obra que lleva a los personajes por sinuosos caminos emocionales. Cada secundario acompaña a Yûsuke y Misaki en su viaje de sanación a través de las autopistas de Hiroshima y de Japón en su coche de colección, escuchando casetes con la voz de Oto interpretando personajes de Tío Vania.

Drive My Car es una obra poética al volante, un film sobre la relación entre el teatro y la vida, sobre los acontecimientos fallidos de la comunicación humana que resaltan la necesidad de aprender a comprender al otro para acercarse, con sensibilidad, a la experiencia de la comunicación como encuentro con la insoportable otredad.