Drácula

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Leyenda desangrada

La historia de Vlad III, el sangriento principe rumano, en sus tiempos de conquista. Con superpoderes y gran corazón por el pueblo de Valaquia, el suspenso y el terror dicen ausente.

“La historia jamás contada”. Pretencioso. Arrancamos mal. Si hay que hacer referencia al período conquistador y guerrero de Vlad Tepes, el legendario principe de Valaquia, con sólo ver el comienzo de la inigualable Drácula de Francis Ford Coppola, basta. Y sobra.

Lo que hizo el debutante Gary Shore fue amplificar y transformar el lado histórico del señor Dracul en una versión péplum a puro CGI y cámara lenta, como si fuese el filme 300, Hércules o alguno de ellos. El carácter aventurero de esta película también puede emparentarse con el derrotero del hobbit Frodo en las historias de J.R.R. Tolkien, nada más que Vlad III tendrá colgado un anillo de plata, cuyo material -como a todo vampiro- lo afecta. El resto, ya se vio en varios documentales sobre el sangriento líder rumano.

Perteneciente a la Orden del Dragón, este noble deberá defender a su pueblo del asedio otomano. Hasta allí todo bien. Pero el aspecto romántico, siniestro y malvado del protagonista original, escasea en esta adaptación de Luke Evans, al cual sólo en los primeros planos (y cuándo está vampirizado) puede sembrar algo de miedo. Vale aclarar que la leyenda de Drácula siempre se emparentó con el terror, el suspenso, algo de drama, pero jamás con la acción.

Este príncipe “empalador” está edulcorado. Por más que se vean cientos de enemigos atravesados por estacas gigantes, la sangre tendrá protagonismo sobre algunas palomas o fruto de los colmillazos de Tepes y su futuro ejercito chupasangre. Las escenas de las batallas cuerpo a cuerpo son los escasos momentos de interés.

Las capacidad de lucha de Vlad III con la fuerza de 100 hombres, el control de la naturaleza (vampiros incluidos, los cuales forman parte de su humanidad) junto a sus sentidos híper desarrollados, transforman a este personaje de novela gótica en un superhéroe de ciencia ficción, más digno de la factoría Marvel que de la mente del escritor irlandés Bram Stoker.

Si se necesita terror, habrá que adentrarse en las cuevas del Master Vampyre (Charles Dance, lo más lúgubre del filme), quien le otorga el poder de la inmortalidad al curioso de Vlad. Eso sí, no pregunten cómo ese personaje apareció allí. Es tan sólo un agregado fantástico del realizador de esta película que, jugando con el título que encabeza este artículo, dicha historia jamás debió haber sido contada. Al menos así.