Drácula

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

De empalador a chupasangre

Como el Drácula de Coppola, esta enésima versión no pertenece al género terror. Y ahí terminan las comparaciones. Si la primera es un drama romántico con excelente desarrollo y efectos impactantes para la época, este film del debutante irlandés Gary Shore es, simplemente, una película de aventuras.
Shore se arroja crédito al pretender contar la historia desde el punto de vista del guerrero en el cual, cuenta la historia, se inspiró la leyenda del vampiro. A mediados del siglo XV, Transilvania es asediada por los turcos. El príncipe Vlad (Luke Evans), conocido como “el empalador” por colgar a sus víctimas de una picota para sembrar terror entre sus adversarios (el único hecho real de la leyenda), es obligado a entregar mil niños, entre ellos su propio hijo, al sultán turco Mehmed (Dominic Cooper). Superado en número, Vlad escala una montaña para encontrarse con un vampiro que le hace una propuesta: con su sangre podrá enfrentar al ejército turco. Pero el efecto dura dos días. Si Vlad logra su objetivo sin necesidad de beber sangre, volverá a ser humano; si no, estará condenado a la eternidad. Pese a que la idea es buena, la película se pierde con un desarrollo trivial y actuaciones pobres, con un Luke Evans más cerca de Arjona que del príncipe de las tinieblas.