Drácula

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

El Hollywood chupasangre

Vampiros, vampiros, vampiros, no nos cansamos de ellos pero sí quizá del retrato chato e intrascendente que nos suelen ofrecer, sobre todo, las películas bajo el maligno sello PG-13. En el caso de esta nueva incursión en el vampirismo, lo que tenemos es una búsqueda en torno a la figura en la cual se basó Bram Stoker para gestar la obra que lo hizo conocido y lo habría hecho el hombre más rico del planeta, si acaso estuviera vivo: Drácula. La propuesta a priori suena interesante, después de todo puede ser tentador profundizar en la figura balcánica que inspiró al relato del escritor irlandés, aún si el mismo Stoker no definió los límites entre ficción y realidad. El interés comienza a desvanecerse con los primeros minutos de este pastiche audiovisual de CGI y diálogos infantiles, combinados a un guion sin ningún tipo de relieve.

Esta opera prima de Gary Shore tiene dos o tres motivos para no ser olvidada con la próxima semana de estrenos: algunas pinceladas de Charles Dance, unas secuencias ridículamente torpes con puntos de vistas absurdos (una bala de cañón o un soldado anónimo muriendo en el medio del batallón del sultán se llevan las palmas) y la belleza natural de Sarah Gadon. El resto es una llanura a la que sólo la actuación estoica de Luke Evans puede levantar a lo largo de sus 90 minutos. Pero eso no es suficiente cuando hay diálogos donde la condición de vampiro parece ser aceptada pasivamente -insólito para una película que pretende dar un tono realista a la leyenda- y donde no se sabe nunca cómo, por ejemplo, personajes como el sultán interpretado por Dominic Cooper saben que la plata es el peor enemigo de los vampiros. Es que, para pretender recontar una leyenda desde un tono realista, la película de Shore parece demasiado autoconsciente de lo que es un vampiro y este es su bache más grande.

Olvidémonos de las torpezas del guión. Supongamos que veremos una de acción que se toma el asunto de la leyenda de Drácula con sorna y es sólo una excusa para ver espadas y batallas ridículamente montadas como un videojuego. Si obviamos que en este caso deberían devolvernos el precio de la entrada porque la película se vende como otra cosa, aún así resultaría igualmente decepcionante. La violencia está lavada hasta el último detalle, el marco hiperbólico que se le da a las habilidades del Vlad de Luke Evans, algo así como un superhéroe occidental que lejos de estar atado a una crisis existencial por una maldición cumple con el deber de combatir las costumbres “bárbaras” de los turcos, resulta decepcionante a la hora de generar el suspenso de las batallas y, finalmente, la resolución de las batallas en la edición parece una oda ridícula al plano detalle que pretende compensar lo inentendible que es la captura de las coreografías.

Poco más que decir de esta nueva entrega del mito vampírico, salvo que en los flashbacks de otras ediciones cinematográficas de Drácula resultaba mucho más contundente e interesante el asunto de Vlad. Olvidable e irrelevante.