Drácula 3D

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Otros Cines

La última broma macabra del maestro Argento

En honor a la verdad, el Drácula 3D de Dario Argento resulta tosco, anticuado y bastante berreta. Sin embargo, no está mal preguntarse cuánto de esto es voluntario y parte de un efecto buscado por un director que, como el maestro italiano, conoce al terror como pocos. Sin dudas, el realizador ha buscado de manera deliberada una estética retro para su versión en tres dimensiones sobre el que tal vez sea el más clásico de los personajes del cine.

Es imposible no notar que Argento ha querido llevar el expediente Drácula a su foja cero, alumbrando una película en la que pueden reconocerse homenajes nada velados (y hasta se diría que bastante gruesos) al Nosferatu de Murnau, el Drácula de Lugosi y, sobre todo, a la versión filmada en los '60 por los británicos estudios Hammer con Christopher Lee en la piel del mítico conde.

En ese sentido, esta versión en 3D es decididamente vintage, desde la estética más romántica que gótica elegida para “lookear” al alemán Thomas Krestchmann al uso descaradamente trucho de los efectos digitales que, a su manera, no dejan de recordar a los murciélagos colgados de hilos “invisibles” que habitaban las viejas pero entrañables películas protagonizadas por este u otros monstruos.

Ahora bien, ¿se trata en todos los casos de detalles autoconscientes? ¿O más bien será que Argento ha envejecido tanto como su cine? Lo más justo sería creer que hay un poco de cada cosa. Sin embargo, y en vista de las risas francas que muchas de las escenas despertaron en el auditorio nocturno del Festival de Pinamar (el primero que exhibió la película en la Argentina), no debe dejar de reconocérsele al creador de Suspiria el mérito de haber sabido conectar con el público antes que intentar filmar una versión pretenciosa del mito del vampiro.

Lejos de eso, Argento propone un Drácula antes lúdico que poético, más cercano al mundo de las fantasías infantiles que a los círculos más profundos del horror adulto. El uso del 3D es sintomático en ese sentido ya que, lejos de todo realismo, la profundidad de campo imaginada por el italiano se parece más a la de los libros de dioramas para chicos que al uso de intención veristas que le dan las películas de Hollywood estilo Avatar. Incluso se permite aprovechar la herramienta de la tridimensionalidad para retratar la muerte y la sangre, dos de las más grandes obsesiones del italiano, abusando a consciencia del efectismo y con bastante humor negro. Nada que ya no hubiera quedado bien claro en sus viejas películas.

Una recomendación de la casa: aunque es indudable que las escenas de terror no traumarán a nadie, no vayan a ver Drácula 3D con chicos. A menos que tengan ganas de explicarle qué es lo que hacen ese aldeano y esa aldeana completamente desnudos en un establo ni bien empieza la película, como le pasó a una señora de Pinamar a la que se le ocurrió ir con su hija y dos amiguitas de no más de ocho años. En todo sentido, Argento sigue siendo Argento.