Down para arriba

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Después de exponer su propia vida arriba del escenario en 200 golpes de jamón serrano (que en abril se repone en el Chacarerean Teatre), Gustavo Garzón sigue explorando rincones autobiográficos. El punto de partida de su segundo largometraje como director, Down para arriba, fue el vínculo con sus hijos, Juan y Mariano, mellizos con síndrome de Down.

El documental empieza con la voz en off de Garzón acompañando imágenes de archivo de los chicos: cuenta que cuando ellos nacieron sabía poco de su condición, y que la primera dificultad a la que se enfrentó en su crianza fue la comunicación. Y el puente que los unió fue el teatro. Después de fracasar en distintos talleres para personas con capacidades diferentes (“Les hacen hacer Shakespeare y ellos pueden repetir las líneas, pero no entienden”), descubrió el grupo Sin drama de Down, dirigido por Juan Laso.

La película muestra el trabajo de Laso con sus alumnos en las clases -que incluyen yoga, relajación y danzaterapia- y durante la filmación de un cortometraje. Muchas de las improvisaciones surgen de charlas en las que ellos cuentan sus preocupaciones. Y en las que llegan a discutir sobre qué es ser Down y si se trata, o no, de una enfermedad: “Somos personas, no monstruos”, dice uno de ellos. El mayor desafío para Laso es que distingan la actuación de la realidad.

Se incluyen algunos testimonios de especialistas, pero no hay palabras que puedan explicar lo que muestran las imágenes: gente con alegría, enojos, entusiasmo, humor, amor.