Dos vidas

Crítica de Fernando López - La Nación

De la intriga de espionaje al doméstico melodrama

Las dos vidas a las que alude el título quedan claramente expuestas desde el comienzo. En los baños del aeropuerto alemán, al que acaba de llegar proveniente de Noruega, una mujer cincuentona y elegante entra a cambiarse a los apurones y sale rápidamente, ya irreconocible bajo un aspecto totalmente diferente, para dirigirse al orfanato en el que, según dice, pasó su infancia. Obtiene ahí unos pocos datos. Otros, algo más concretos, los escamotea en una suerte de archivo nacional. Pero no pasan muchas horas hasta que, recuperada su fisonomía original, está de regreso en el bellísimo paraje noruego junto al mar donde se levanta la casona que comparte con su madre, su marido, su hija y una nietita nacida no hace mucho. La llaman Katrina y parece vivir una vida normal, pero cuando en un momento telefonea desde la calle a un tal Hugo se anuncia como Vera y declara que se encuentra en peligro.

¿Quién es? ¿Qué busca? ¿Qué oculta? ¿Qué peligro la acecha? Las incógnitas en torno suyo son muchas e irán revelándose de a poco. Una confusa maraña de mentiras se desenreda mezclada con una intriga que tiene su origen en los pasados tiempos de la guerra fría y al mismo tiempo desencadena un complejo drama doméstico.

Mezcla de hechos históricos y ficción novelesca, Dos vidas parte del programa Lebensborn, organización creada por los nazis para dar asilo y formación a los hijos arios puros nacidos de la unión de soldados alemanes con mujeres de los países ocupados. Katrina, hija de un soldado alemán muerto en el frente, fue uno de esos que más tarde fueron llamados "niños de la vergüenza", y su caso es muy singular porque se trata de la única que logró huir de Alemania del Este, reencontrar a su madre, recuperar su nacionalidad y fundar una familia en Noruega. Precisamente por eso su tranquilidad tambalea cuando, muchos años después, en 1990, tras la caída del Muro de Berlín, un abogado alemán llega en su busca y la de su madre, claro, para pedirles que presten testimonio en una demanda que lleva adelante en nombre de los huérfanos de guerra contra el Estado noruego. En principio Katrine se niega; no quiere hurgar en ese pasado y tiene por qué.

La trama está cuidadosamente estructurada, y más allá de sus idas y venidas entre el pasado y el presente, el suspenso crece sostenidamente, aunque quizás el distanciamiento que impone el personaje de Katrina magníficamente interpretado por Juliane Kohler reste algo de calor al denso melodrama en que todo desemboca, sobre todo en los tramos finales. No caben sino elogios para todo el elenco, especialmente para Ken Dunken, el marido de la protagonista, y para la siempre deslumbrante Liv Ullmann.

Georg Maas recrea con habilidad los clásicos climas de paranoia de la guerra fría y sostiene el interés de la trama, pese a que llegado el momento de hallar un desenlace parece optar por la solución más simple. En términos visuales, es digno de destacarse el aprovechamiento de los paisajes noruegos.