Dos vidas

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

MIRADA TRANSPARENTE

Murmullos, estupefacción, gritos. Diversos medios de comunicación replicaban las últimas noticias tras la caída del Muro de Berlín: “Las personas no salían de su asombro después de vivir 28 años tras el alambre de púas. Representantes de varias facciones del partido se despidieron de la RDA, que dejará de existir a la medianoche. A partir de entonces, solo habría un estado alemán: la República Federal de Alemania”. De esta forma, el fin de la Guerra Fría ponía de manifiesto una serie de cuestiones políticas, sociales, económicas y culturales a nivel mundial. En este punto enfatiza el director Georg Maas para trazar los ejes de la película Dos vidas, basada en la novela Eiszeiten de Hannelore Hippe.

Durante la ocupación nazi se erigieron múltiples orfanatos y centros de maternidad con la intensión de criar niños nacidos de la unión entre soldados alemanes y mujeres noruegas para perpetuar la raza aria. Una de ellas es Katrine Evensen, quien logró escaparse de la RDA y llegar a Noruega para reencontrarse con su madre Ase.

Katrine consiguió formar una familia (se casó con Bjarte, tuvo a Anne y más tarde nació su nieta Turid) y llevar una vida calma. Sin embargo, los fantasmas del pasado comienzan a acosarla cuando aparece Sven Solbach, un abogado de la firma Hogseth & Co, que busca llevar a juicio al estado de Noruega por el caso Lebensborn, uno de los sitios que llevaba a cabo las prácticas de “mejoramiento” de la raza. Solbach intenta que Katrine y Ase testifiquen en la demanda, pues se trata del único caso donde madre e hija se reencontraron y, aunque al principio ambas mujeres lo rechazan, finalmente Katrine acepta. Desde entonces los recuerdos que tanto buscó apaciguar regresan más feroces que nunca para resquebrajar aquella aparente vida “perfecta”.

Para construir el relato Maas apela a la convivencia entre pasado y presente: se vale del uso del flashback, que aparece en tonos más desgastados, a lo largo de toda la película y también emplea algunos subtítulos para contextualizar. Podría considerarse que el elemento que enlaza estas épocas es un recuerdo reiterativo: un bosque, la sombra de una mujer que huye entre los árboles y una segunda silueta que la persigue; escena decisiva al final del filme.

Otro elemento fundamental es la construcción y la importancia de la mirada. Este gesto, por un lado, funciona como símbolo de admiración, complicidad o acato y, por otro, como el resquicio mediante el cual se va dilucidando una historia subyacente. Por ejemplo, una de las primeras escenas donde Katrine entra a la casa de su madre para dejarle a su bisnieta y le echa un vistazo a la foto de sus padres colgada en la pared. El valor de esa mirada sólo se comprende en la última parte de la película.

El director pone énfasis en los ambientes naturales, como el sitio donde Katrine hace kayak o donde Ase y Anne levantan los objetos que trae el mar. Prioriza en los exteriores paisajes cubiertos de nieve, la noche o días lluviosos o grises como otras formas de acentuar la crudeza.

Dos vidas pone en foco otros aspectos de la época del nazismo y la Guerra Fría, pero no desde un tratamiento bajo o cruel. Lo hace a partir de una serie de elementos como el paralelismo entre pasado y presente, el paisaje y el valor de la mirada. De esta forma, no sólo articula múltiples personajes e historias, sino que también pone en relieve una elaboración fragmentaria e intimista a disposición del espectador.

Por Brenda Caletti
redaccion@cineramaplus.com.ar