Dos más dos

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Sexo oral

La crítica cinematográfica tiene un cúmulo inabarcable de lugares comunes que, con mayor o menor suerte, uno trata de evitar. Entre ellos, está el de establecer una asociación directa entre el cine de aspiraciones netamente comerciales y el de baja calidad. Si bien la historia mostró -y muestra- la falsedad de la comparación, existe una porción de ese cine cuya tibieza amerita un tirón de orejas. Se trata de aquel que por su avidez acaparadora aplica un criterio general de “no ofensa” a ningún sector social, político, cultural, étnico, religioso o ideológico, eliminando de antemano cualquier potencial disparador de conflictividad. Y, si hay un tema cuya discusión genera conflicto, ése es, claro, el sexo. Es por eso que una de las varas para medir el grado desarrollo temático y formal de una determinada cinematografía podría ser la aproximación al sexo y sus infinitas variantes para practicarlo.

En ese sentido, Dos más dos es una muy buena película industrial: aquí se habla de sexo a lo largo de la totalidad del metraje con una franqueza casi fontanarroseana. Esto es; la palabra indicada en el momento justo, sin eufemismos ni términos vaciados de sentido. Así como alguna vez el escritor rosarino defendió a capa y espada la utilización de las mal llamadas malas palabras por su “sonoridad, fuerza e incluso contextura física” irreemplazables (“No es lo mismo decir que alguien es tonto a decir que es un pelotudo”, comparó), el guión escrito a cuatro manos por Juan Vera y Daniel Cúparo evita esos eufemismos molestos que alejan al espectador de lo que ve en pantalla y lastran la fluidez oral indispensable en toda comedia. En cambio, optan por una veracidad dialógica generada por el hecho de que se digan las cosas como son, por ejemplo, coger en lugar de “hacer el amor” o “encamarse”. Esa terminología coloquial y sincera encuentra su correspondencia en cuatro personajes cuyas acciones se definen por la pulsión vital connotada detrás de esa nominación. Aquí el sexo puede ser desprejuiciado, casual, por puro hedonismo.

La película sigue a dos amigos y socios en una exitosa clínica en Puerto Madero -Adrián Suar (Diego) y Juan Minujín (Richard)- y las relaciones con sus respectivas parejas -Julieta Díaz (Emilia) y Carla Peterson (Betina)-. Relaciones por demás opuestas: si el primero tiene un matrimonio sexualmente apaciguado (“cogemos los sábados y feriados”, se reprocharán en una charla), el otro mantiene la llama de los amores primerizos ¿Cuál es el secreto? La participación en el intercambio de parejas. Esa confesión despierta los deseos en Emilia, la repulsión en Diego y, consecuencia directa de lo anterior, varios intentos de convencimiento y algunas experiencias en fiestas en countries a modo de testeo.

Esas situaciones, que darán el pie ideal para la enorme comicidad de Adrian Suar y ese porte de hombre constante superado por las circunstancias, casi como el Ben Stiller de Mi novia Polly o La familia de mi novia, muestran además un cuarteto protagónico con un claro anclaje socioeconómico alto. Pero, al contrario de lo que ocurre en nueve de cada diez casos, esto no busca generar en el espectador una proyección publicitaria, sino dotar de gramaje a la narración: la vida económica, social y laboral solucionada (autos de alta gama, casas amplias y con un trabajo meticuloso en el diseño interior, la mencionada clínica en Puerto Madero) hace aún más funcional el hecho de que el problema nodal de la película esté justamente en aquello que desde afuera no se ve, pero se presiente. Se entiende, entonces, la centralidad absoluta de la trama en el sexo.

Hasta ahora se habló de las cualidades “orales” de Dos más dos ¿Qué pasa con el aspecto visual? Aquí está la falla que impide que la de Diego Kaplan sea una gran película. En ese sentido, el director de Igualita a mí se queda a mitad de camino entre la comedia sexual para adultos y la estética perezosa de Pol-ka. Los planos se limitan a retratar a los actores ubicados estratégicamente desnudos de forma tal que nunca se vea más de lo permitido, generando una falta de correspondencia entre una oralidad marcadamente sexual y un tratamiento visual telenovelesco. Dos más dos es, entonces, una película muy buena. Lástima que sólo de la boca para afuera.