Dos hermanos

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Congelados en el tiempo

La trama gira en torno de la oscilante relación entre dos hermanos, interpretados por Graciela Borges y Antonio Gasalla, solterones sin hijos, que han pasado largamente los cincuenta. Desde la secuencia inicial, la del consorcio reunido para debatir sobre cómo participarán el fallecimiento de un inquilino, ya aparece la marca de Burman en la sutilidad para manejar el humor negro y la habilidad para captar lo cómico en situaciones cotidianas y reconocibles. Esa secuencia sirve también para presentar a los hermanos y sus diferentes formas de actuar en la vida. De caracteres muy distintos (ella es avasallante y manipuladora; él, sumiso y discreto). Están unidos por la presencia de la madre y algunos ritos en común, como la devoción por Mirtha Legrand.

Susana (Borges) está siempre entrometiéndose en la vida de los demás, empezando por su hermano y siguiendo por sus vecinos, a los que les lee la correspondencia o escucha a través de las paredes.

A diferencia de la conducta exterior de su hermana, Marcos (Gasalla) es introvertido pero mucho más profundo. Ha vivido dedicado al cuidado de una madre anciana (Elena Lucena). Tímido y reservado, es muy hábil con artesanías delicadas como la orfebrería. Aunque no se lo mencione directamente, se deduce que ninguno de los dos ha trabajado en forma dependiente, sino vivido de rentas hasta este presente de vertiginoso achicamiento social, tan bien reflejado últimamente por el cine en películas como “Cama adentro”, donde Norma Aleandro hace malabares para pagar la cuenta de su mucama.

Susana y Marcos frecuentan lugares socialmente elevados, donde ella reparte tarjetas de su emprendimiento inmobiliario unipersonal (seña casas con poco dinero para luego intermediar en las comisiones de las ventas).

Las situaciones risibles se generan en el contraste de las apariencias, porque tratan de sobrevivir con la mayor dignidad, aunque no se privan de robar bocaditos de los lunchs ni de expresarse vulgarmente, cuando nadie los escucha ni los ve.

Una clase en extinción

Esta historia encierra el registro afectuoso de un mundo en retirada. Se nota tanto en el mobiliario como en los peinados y el vestuario de Graciela Borges, que remiten a varias décadas atrás. Un look de sombreros y tailleurs, entre ridículo y decadente, que siempre la actriz lleva con elegancia.

Los diálogos de Marcos y Susana remiten obsesivamente al pasado. Ella, que se mueve en forma independiente como agente inmobiliaria, reitera los argumentos que valorizan a las propiedades antiguas: “las paredes de 30 centímetros en vez de las de cartulina de ahora y los herrajes originarios”.

En esta historia, Burman se arriesga por primera vez con un material ajeno, la novela “Villa Laura” del escritor argentino Sergio Dubcovsky, aunque la trama le permite abordar un tema preferido como son las etapas de la vida, en este caso, el umbral de la vejez.

El vínculo se ve puesto a prueba por el cimbronazo que representa la muerte de la madre (una Elena Lucena que ha declarado 95 años en la vida real). Niños congelados en el tiempo, hermanos solitarios que sólo cuentan el uno con el otro, ambos tendrán que recomponer sus vidas, lo que implica un abanico de situaciones tragicómicas, que será transitado con sutil ironía y un dejo melancólico.

Al venderse la propiedad materna, la hermana resuelve que el mejor destino para Marcos puede estar en una casona antigua de un pueblito uruguayo, donde no parecen haber llegado los destructores efectos de la globalización. Y hacia allí lo empuja y, aunque en principio lo abandona, retornará cuando vea que realmente la vida de Marcos empieza a quedar fuera de su control.

“Dos hermanos” transcurre como si algo siempre estuviera a punto de estallar- sin embargo no hay desbordes, salvo algún que otro pasaje o algunas líneas de diálogo que pueden sonar un poco retóricas. A pesar de la trama que no es fácil ni tranquilizadora, la calidez de la historia y sus protagonistas logra imponerse. Los aspectos dramáticos son vencidos por la comedia, así como la tragedia de “Edipo Rey” -de la que se representan algunos fragmentos- deviene en efectos cómicos que desembocan en un espectáculo musical al estilo Broadway, reservado como broche de lujo para el final.

Con mucho oficio, evitando excesos, sin carcajadas pero tampoco lágrimas, “Dos hermanos” revela a un director maduro que sabe lo que quiere contar y cómo contarlo, entregando una película básicamente disfrutable.