Dos hermanos

Crítica de Pablo Martinez - Qué se puede hacer...

Las dos costas de la vida

Refugiados en la solemnidad casi esclavisada del seno materno, Marcos (brillante Antonio Gasalla) y Susana (genial, aunque caricaturizada, Graciela Borges) viven dos vidas distintas. El primero en una tranquilidad que roza lo insulso, introvertido y opacado por los divagues de grandeza de la segunda. Ambos son distintos, y ambos encararán la muerte de Neneca (tierna y bella en su papel, Elena Lucena) de maneras diferentes.

Daniel Burman retoma el tópico de las problemáticas familiares excéntricas, cayendo en los lugares cómicos y en los costumbrismos regionales, aunque abunda muchísima calidad dialogal, en parte por las excelentes interpretaciones de los dos protagonistas. Esta es una historia que uno sigue sumido en una verosimilitud elogiable, y un ritmo narrativo que no es perfecto ni grandioso, pero tampoco es irreprochable. Sorprende la elegancia con la que Burman escapa al esteorotipo, acudiendo a Gasalla y Borges -más un reparto que está muy bien en general- para englobar la tarea con una frutillita en el postre.

La dirección del realizador de El abrazo partido no es que sea la gran cosa tampoco. Es que uno se pierde en la emotividad de las escenas en que Marcos pierde la mirada en la nostalgia de la casa de su madre, o Susana hace de las suyas con sus dudosos negocios inmobiliarios (un chasco tras otro). "El roaming, Susana, no tengo el roaming". Genial.

La fotografía del film es muy bonita. Las secuencias en que ambos hermanos cruzan el río para ir de Buenos Aires a Villa Laura están muy bien iluminadas, a comparación de lo que uno acostumbra en los proyectos nacionales en cuanto a los rodajes en exteriores. El sol es puro, como la actitud de Marcos, mientras que Susana prefiere la oscura comodidad del interior del yate mientras degusta "calentitos" y satisface su paulatino alcoholismo con champagne y wisky importado. Eso, y ni hablar de la toma final frente al "mar" según ella, y en verdad el "río" según él.

El contraste entre ciudad y pueblo-balneario es interesantísima, sobre todo desde la construcción psicológica de ambos personajes. El hecho de que uno termine en Uruguay y la otra se quede en su delirio de la Capital Federal no es detalle menor; todo sale de la reacción ante la pérdida materna, y la reestructuración del complejo de Edipo vista desde esa obra de teatro de los adultos.

Quizás se desinfla hacia el final, lo que la vuelve bastante desilusionante. Y quizás uno hubiese querido más gags de Antonio, quien supo deleitarnos con grandes personajes como la Mamá Cora o la empleada doméstica. Pero esta cinta no es para reír. Quizás arranque un par de sonrisas, pero no es una comedia, como algunas fichas técnicas lo insinuan. No, es un drama familiar, muy bien retratado y encarnado por dos protagonistas descomunales. Cada detalle de su andar es digno de aplausos, aunque el conjunto que hace al todo no termine por convencer debidamente. Pero bueno, por lo menos no "hace el ridículo".