Dos hermanos

Crítica de Martín Rodríguez - CbaNoticias

El trabajo de hormiga, según Burman.

Si bien no se trata de un guión original, sino de una adaptación de Villa Laura (Sergio Dubcovsky, 2005), realizada conjuntamente por Daniel Burman, Marcelo Birmajer y el autor de la novela (quien es hermano del socio de Burman en la productora que financió el proyecto), pueden reconocerse en Dos Hermanos características muy propias del director de El Abrazo Partido. Desde el inicio, la película se va desarrollando de manera muy sutil, en un ir y venir de situaciones de variada dimensión: algunas fuertes y fundamentales, como la muerte de la anciana madre, el eslabón que unía a los hermanos, al menos en los papeles; otras simples, mínimas, como gestionar el roaming de un teléfono celular. Eso sí, a no confundir simpleza con trivialidad, ya que en estas historias hasta lo más pequeño puede alcanzar enorme trascendencia en el devenir de los personajes.

Y es así que, Susana (Graciela Borges) y su hermano mayor, al que no por casualidad siempre llama “Marquitos” (Antonio Gasalla), se encausan en la continuidad de sus existencias de adultos solitarios y de su relación de hermandad, con una pesada herencia de memorias y cosas por decir. Si bien se los verá juntos ocasionalmente, viendo almuerzos de Mirtha Legrand que parecen transmitidos las 24 hs, o robando canapés, sus evidentes diferencias (Susana, soberbia y verborrágica frente al mundo, al punto de volverse insoportable; Marcos, dócil y apacible, con un constante aire de resignación) los pondrán en orillas opuestas del río: ella en su departamento de Buenos Aires, él en una vieja casona de la pequeña Villa Laura, Uruguay. Marcos se irá adaptando a su nueva vida en tierra yorugua y Susana tratará de seguir como si nada en su entreverada cotidianeidad porteña, pero cruzará el río para entrometerse en la vida de su hermano, tratando de evitar “que haga el ridículo”. Hará falta estar atentos, valorar cada detalle, para encontrar los pequeños gestos que conducirán al final.

Quisiera ser claro en esto, la peli no me conmovió, y apenas si logró sacarme un par de risas, pero tampoco me dejó el vacío de un filme pasatista. Su agudeza reside en ser capaz de generar una reflexión y/o un sentimiento, sin grandes golpes de efecto. Hay que decirlo, no es una película para quienes buscan ampulosas demostraciones o ritmos vertiginosos, pero si se cumple la única exigencia de ver sin juzgar de antemano y dejarse llevar por la empatía que los personajes generan (principalmente el hermano bueno, es decir, Marcos), el final será recibido como el cierre de una historia revelada con gran sutileza, un verdadero trabajo de hormiga.

Sobre las actuaciones habría mucho que decir, Burman se destaca por ser un excelente director de actores. En este caso, admito que fui a ver el filme con cierto temor, ya que no había tenido buenas experiencias con personajes masculinos de Gasalla en cine (entre otros, no me había agradado el empleado administrativo claustrofóbico que construyó para La Tregua). Y al principio, al ver, y sobre todo al oír, al intérprete de Mamá Cora me costó separar el personaje de esta comedia dramática de sus clásicos personajes televisivos, de parodias, farsas y café concert. Pero, al menos en mi caso, la separación tuvo lugar a poco de avanzada la historia. Bastó escuchar un diálogo con la voz un poco quebrada, algo simple, casi mundano, un par de frases que nada tenían de divertido ni de irónico, ni menos aun de inteligente, un par de cosas que cualquiera hubiera podido decir. Fue entonces que Marcos se volvió posible, humano, y se despegó por el resto de la película de sus hilarantes sombras de otros géneros. Aclaro que, en el transcurso de la historia hubo otras incursiones cómicas de Gasalla, pero ya estaban justificadas, no me hicieron ruido, sino que fueron parte del mundo creado por Burman.

Acerca de la interpretación de Graciela Borges, solo puedo decir que me pareció muy lograda, el suyo era un duro personaje, por momentos deleznable, que por otra parte siempre mantenía latente su fragilidad, y lo resolvió sin baches. No creo justo achacarle que “el personaje se le parece” o que “siempre interpreta personajes similares”, después de todo, la cuestión es que Susana funciona a la perfección en esta historia. Las otras discusiones son tema para un análisis mucho más profundo, algo que excede por lejos los objetivos de este comentario.

Sobre la iluminación, podemos decir que hay interesantes climas, penumbras en la casa materna donde Marcos cumple su rol de escudo, brillantes habitaciones en los onerosos inmuebles que Susana “finge” querer alquilar, intensos contraluces con vista al Río de la Plata y profundas oscuridades en mediodías de persianas bajas en el departamento. De la puesta en cámara, los decorados y la música, como de la totalidad del filme en su conjunto, puedo sintetizar diciendo que están concebidos como una compleja simplicidad (sepan disculpar la paradoja de segunda, pero así lo creo).

Todavía no he podido definir qué es la belleza, pero sé que esto se le acerca bastante.