Dos hermanos

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

Una relación repleta de amor y odio

Los personajes que interpretan Graciela Borges y Antonio Gasalla son reconocibles y entrañables. La trama tiene algunos momentos de excesiva reiteración, junto a otras escenas logradas, en las que se manifiesta la elipsis y los juegos.

En sintonía con la programación del cine El Cairo, que este mes repone la filmografía completa del director Daniel Burman, se ha estrenado su último film, Dos hermanos que ya, desde hace algunos meses, viene despertando grandes expectativas, en principio por la participación en el mismo de dos descollantes figuras de la escena argentina, Graciela Borges y Antonio Gasalla.

En clave de comedia dramática, y en torno a uno de los identificables tópicos del cine de Burman como lo es el de los vínculos familiares, ya toda una constante en su cine, Dos hermanos nos presenta un juego de caracteres opuestos que despiertan momentos de esperado humor y de acentuado dramatismo. Si bien ambos actores recorren desde sus personajes tipos que fueron definiendo su trayectoria, no obstante, verlos, despierta un grato placer.

Enfrentados desde la misma infancia, y ahora ubicados en el umbral de una situación límite, Susana y Marcos, los roles que ambos interpretan, presentan marcas que nos llevan a recordar a tantos otros personajes; pero presentados, ahora, desde el guiño irónico, en ese vaivén que no sólo pendula geográficamente sino que acerca y aleja a sus protagonistas.

Ante un público expectante y que corona la proyección con aplausos, como últimamente suele escucharse ante la visión de algunos films argentinos, Dos hermanos nos presenta una narración que, desde mi punto de vista, presenta marcados puntos de desarticulación entre la primera y última parte del film, pudiendo haber observado lo que suele denominarse "exceso de reiteraciones"; lo que lleva, lamentablemente, a atender sólo a previsibles reacciones y tics de sus personajes.

Sí, en cambio destaco, el trabajo de elipsis de la primera parte del film que adquiere un punto máximo de síntesis, por su economía narrativa, en la secuencia del oficio fúnebre y que igualmente se manifiesta en ese jugar a escuchar lo que se dice del otro lado de la pared; imagen que nos lleva a la que se puede ver en el mismo afiche. En ambas, Burman, a mi parecer, ofrece los mejores momentos del film.

De la misma manera es conveniente esperar hasta el final final. Ya que los títulos de presentación, toda una divertida secuencia epílogo, se pueden calificar como un gran hallazgo y que permiten marcar un cierto viraje en la lectura del film; ya que define un espacio de representación y artificio, en clave de juego escénico y al ritmo del tap.