Dos armas letales

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

El comienzo del fin de las diferencias en el buddy film

La propuesta narrativa está correctamente realizada y resulta de suficiente eficiencia para sostenerse a lo largo de la exhibición. Cabe, además, destacar los buenos desempeños de los actores protagonistas, cuya química es realmente buena y aporta gran parte de la eficacia de los diálogos, a pesar de algunos defectos formales de los que el relato adolece.

La película parece presentarse dentro de ese marco genérico de la comedia de acción y particularmente la sub-especie del buddy film, que surgió entre fines de los ´60 con la magistral química que aportaban en la pantalla Jack Lemmon y Walter Mathau (The Odd Couple; 1968; Grumpy old men, 1993, por citar los ejemplos más destacados de la pareja). La propuesta del buddy film es bastante simple: se ubica en una situación de convivencia (doméstica y/o laboral) a dos personajes cuyas características opuestas (desaliñado-pulcro, en el caso de los actores mencionados) redunda en una caterva de situaciones desopilantes, que son la resultante de una inherente –y sistemática- inadecuación entre los personajes (Samaja y Bardi; La estructura subversiva de la comedia: 2010).

La estrategia de confrontar personajes de características antagónicas se hizo posteriormente famosa con las duplas interraciales, especialmente lograda por la asociación del genial Richard Pryor y Gene Wilder, a fines de los años ´70 (Silver Streak; 1976 y Stir Crazy; 1980), y luego popularizadas por Eddie Murphy durante los años ´80, y Will Smith y Tommy Lee Jones a fines de los ´90 (Men in black, 1997). Todas ellas reproducen la misma estructura de confrontación de caracteres inconciliables, que son la base del fundamento cómico de la estructura argumental.

Si uno analiza con cierta atención los films de la dupla Pryor/Wilder advertirá que los caracteres enfrentados refieren a las diferencias étnicas, tematizando expresamente los componentes de la cultura negra norteamericana en relación a la población blanca (jergas, música, conductas corporales y actitudinales, etc.). Es probable que las películas de Eddie Murphy hayan sido las primeras en eliminar gradualmente la tematización de la black culture en la dinámica del buddy film, centrándose el fundamento cómico ya no en los modismos étnicos-colectivos, sino en características psicológicas individuales, estrategia que ha seguido muy exitosamente la saga de Hombres de negro. Pero hasta ahora se había conservado incólume la oposición inconciliable de los caracteres.

El film que nos ocupa presenta, en cambio, un rasgo atípico: los personajes, lejos de presentarse con rasgos y características opuestas, se manifiestan estructuralmente idénticos. Dicha identidad se sostiene básicamente por una comunidad de situación laboral: ambos son agentes encubiertos; ambos están engañando al otro; ambos desconocen la verdadera identidad del otro. Las diferencias son apenas significativas; se nos presenta a Bobby como un personaje más adusto, serio y hasta formal, en relación con el más joven, informal y payasesco Stig. Pero aún así las diferencias son muy poco relevantes en el conjunto de una trama que ha decidido insistir especialmente en las coincidencias más que en los desencuentros. Desde esta perspectiva, resulta sintomática la escena final donde el personaje de Bobby –que viene amenazando con ello desde la mitad del film- dispara a Stig como respuesta al disparo que ha recibido por parte de su compañero. Este juego de simetrías manifiestas en el que se mueve el film hace de la propuesta un experimento cómico interesante y novedoso.

Hasta dónde puede influir el contexto norteamericano de un presidente negro en estas decisiones narrativas, en donde el personaje negro ya no presenta ninguna diferencia apreciable con el personaje blanco, no lo podemos saber, aunque la correlación resulta muy tentadora.

El único defecto del film, a mi juicio, es cierta torpeza en la distribución de la información que permite al espectador anticiparse excesivamente a los acontecimientos, haciendo de varios momentos potencialmente graciosos situaciones notablemente previsibles.