Dos armas letales

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La formula de dos personajes contrapuestos por características de personalidad, unidos por un mismo objetivo, dio sobradas muestras de funcionar de maravillas atravesando todos los géneros, empezando por la comedia Laurel & Hardy, siguiendo por acción, aventura, el western, hasta el policial, ejemplos como “Adios al amigo” (1968), teniendo su auge posiblemente en la década de 1970 con películas del calibre de “El golpe” (1973), o a la que más recurre el pensamiento por identificación el titulo de esta producción “Arma mortal” (1987). En todas la variable que se sostiene es la relación de “camaradería” impuesta entre dos hombres, que puede terminar convirtiéndose en amistad, la mujer pasa siempre en estos casos a un segundo plano, a ser casi una figura decorativa sin peso ni dramático ni narrativo, sólo una excusa.

Esta conjugación de géneros, así expuesta, en la cual de base puede asentarse en cualquiera para luego desplegar o aunar otros, incluyendo escenas de dinámica de acción, el montaje pasa a ser la vedette, con recurrencia a los efectos especiales, o el humor trabajado desde los diálogos chispeantes de los personajes, tanto principales como secundarios, o los actos mismos ejercidos por ellos.

Todo esto se encuentra en “Dos armas letales” protagonizada por Denzel Washington y Mark Walberg, cuyas actuaciones, y la química entre ellos, termina por ser lo mejor del filme, muy bien acompañados por secundarios de la talla de Bill Paxton en el rol de un jefe de la CIA, o Edward james Olmos como el líder de un cartel mejicano del narcotráfico.

Basada en el comic de Steven Grant: Denzel (Bobby Trench) es un agente de la DEA, serio, conspicuo, compenetrado, mientras que Mark (Michael Stigman) es un oficial de Inteligencia naval, muy seguro de si mismo, a punto tal que puede jugar a que todo es un juego. Ambos trabajan infiltrados, y de manera clandestina, en un doble caso que implica a la “irracional mafia” de una ciudad de frontera entre Mexico y los Estados Unidos.

Uno y otro desconocen la auténtica identidad de su compadre, lo que implica control sobre el otro y natural desconfianza, pero para lograr su objetivo deciden robar el dinero de un banco en la que supuestamente el narcotraficante guarda su dinero mal habido. Pero todo se enredará cuando la existencia del dinero es diez veces superior al estimado y descubran que el botín robado no es de los narcotraficantes, sino que es pertenencia de un jefe de la CIA, en competición con otro jefe la inteligencia naval.

Posiblemente este sea desde la idea lo más reaccionario del texto, no son malas las instituciones sino que en cada una hay alguna oveja negra, descarriada, y esto queda claro en el dialogo entre Stigman y el almirante Tuwey (Fred Ward), quien ante la denuncia de corrupción del superior inmediato del agente le aclara que no puede involucrar a la armada de su país.

La construcción del filme, el diseño mismo de su estructura narrativa, mueve a que el espectador se enganche con los personajes. Son tantas las vueltas de tuerca, los imprevistos giros, tan descabellados y por momentos irracionales, que eso mismo por distracción sostiene el interés, incluyendo a los personajes de Bill Paxton (Earl), haciendo las veces del personaje del policía interpretado por Gary Oldman en el “Perfecto asesino” (1994), casi un Stanfield, pero sin la locura desatada, si el sadismo, mientras que el segundo en la piel del narcotraficante Pappy Greco, hace toda una creación donde no queda fuera el cinismo a ultranza ni la codicia que enceguece.

En cuanto a los rubros en las que se debería apoyar la producción todos cumplen de manera más que eficiente o empática, según sea la fotografía o la música, sin demasiadas búsquedas de ninguna naturaleza.

Lo dicho, película pochoclera por donde se la mira, bien realizada, casi un ejercicio para el director que demuestra ser un muy buen técnico, sólo para pasar agradablemente un buen rato.