Dorados 50

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Cuenta el director Alejandro Vagnenkos que, a punto de cumplir 50 años, empezó a mirar para atrás y a los costados. En el primer sentido, se encontró junto a su mujer de hace casi 30 años, sin hijos chicos para criar, con algunos achaques físicos y una desarrollada afición por el running. En el segundo, descubrió la excepcionalidad de una vida sentimental ordenada entre decenas de amigos y conocidos casados y divorciados más de una vez.

Fue el puntapié para preguntarse cuánta de su estabilidad era deseada y cuánta impuesta por sus padres, que al momento del rodaje llevaban más de medio siglo juntos. Y fue también el de Dorados 50, un documental, codirigido junto a su amigo Víctor Cruz, en el que indaga en cómo sostiene una pareja la mirada amorosa durante tanto tiempo.

En medio de esa crisis, el director de Escuela trashumante reúne en un living montado sobre el escenario de un teatro a decenas de matrimonios que hablan a cámara sobre las claves para la convivencia, las crisis, el sexo, el amor, la fidelidad, el deseo y la muerte. En todos se percibe una camaradería recíproca, a la vez que la capacidad de entenderse solo con gestos y miradas.

Las parejas recuerdan con humor decenas anécdotas del pasado en común. Nadie puede evitar que los ojos se llenen de lágrimas al contar cómo se conocieron. Hubo quienes llamaron aun cuando tenían miedo del rechazo. Otros que encararon en un baile. Algunos tuvieron relaciones más fluidas; otros, más tortuosas, impedidas por cuestiones propias o ajenas. Pero todas las parejas que hablan con Vagnenkos y Cruz tienen la misma voluntad que la película: recuperar una idea de amor romántico amenazada por los nuevos paradigmas. Dorados 50, como sus protagonistas, cree en el amor para toda la vida.