Donde viven los monstruos

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

Un reino problemático

Max es el rey de su propio mundo. Atravesó tempestuosos mares para llegar a una tierra recóndita y enfrentarse a enormes, gigantes y atemorizantes monstruos. Pero su mayor enfrentamiento tuvo lugar en un lugar mucho más común y menos anecdótico. O no. Max es apeñas un niñito revoltoso: pero no es malo. Contruye un fuerte con hielo, y se tirando bolas de nieve a los amigos (y novio) de su hermana, a quien él ama. Siente recelo de la nueva pareja de su madre (no sabemos que es de la vida de su padre) y cada tanto, se pone un poquito loco, saca el salvaje de adentro, y practica lucha libre con su perro.
Por eso, que Max llegue a una isla llena de monstruos no signfica pavor para él, sino casi, un lugar que ya conoce. Después de todo, cada una de las criaturas que conocerá y con las que compartirá momentos emotivos, no son más que extensiones o analogías de su propia vida. Aunque la ambigüedad fantasia/realidad sobre lo sucedido tiende a ser menor que en otras películas, uno no puede dejar de ver todo como la cosmovisión, la intromisión en la cabeza de un chiquito. Con sus miedos y alegrías.
Spike Jonze es el director de una las mejores películas de la década pasada. En El ladrón de orquídeas, nos metiamos de lleno en la mente de un atribulado guionista. Y también viviamos las emociones del resto de los personajes. Ahora, este director de algunos videoclips memorables, se dispone a meternos en la cabeza de Max. Ya desde los títulos de las productoras queda claro, cuando vemos el logo de WB tachado y reemplazado por "A movie by MAX RECORDS".
Que Jonze es un buen director, no lo niego. Aquí se nota en la performance de Max Records (hablando ahora del actor). Hay que saber manejar a los niños, y muchas veces ellos son buen indicador del trabajo con actores de un director. De hecho, si uno quisiera alegar más a favor de Jonze, podría hablar sobre el tono arriesgado de la película que, para este crítico, es algo frívolo. Es toda una apuesta en una película para chicos tratar las decepciones infantiles (mejor dicho: humanas) y problemas contempóraneos de una manera tan melancólica y hasta oscura. Uno de los momentos más bellos del film, y que explica un poco esto que quiero transmitir, tiene lugar en medio del desierto. Max y Carol (el monstruo con el que establece la relación más estrecha, y el que lo coronó rey) empiezan a hablar sobra la fugacidad de las cosas, del mundo y de la vida. De hecho, el lugar no es casual. Ese desierto solía ser algo. Ahora es sólo arena. Todo pasa, con mayor o menor rapidez. Y en eso, Max habla sobre el Sol, más específico: sobre la muerte del Sol. Y su enorme y peludo amigo no lo puede creer. Él es grande, enorme, y Max es el rey. ¿Cómo se pueden preocupar por una cosa tan chiquita como el Sol?
Yo no tendría problema si la película más o menos mantuviera ese tono (o ese nivel de poder emocional) todo el tiempo. Pero parece que la adaptación falla un poco acá. Asistimos a juergas entre los monstruos, rituales, peleas de barro, e incluso a la construcción de un edificio al tono de la música empalagosa (o mejor dicho, que en el film empalaga) y a ritmo de videoclip de Karen O. Pero la película se hace un poco larga.
Jonze decidió no hacer tanto un film para chicos sino uno para adultos. Y también declinó convertir a los monstruos en monigotes CGI para que, siendo trajes reales, su textura no fuera artificial y permitieran una conexión emocional mayor. Aquí otra de mis críticas: si bien es algo bueno, no dejan de parecer muñecos cuando corren, saltan o se tiran bolas de barro. Mientras más quietos están, mejor.
La clave del film es ver todo a través de los ojos de Max. Hay emociones encontradas, y nada parece demasiado seguro. La pelea de barro que en un momento es puro regocijo, se convertirá en algún que otro llanto, malentendido y terminará por opacar cualquier atisbo de felicidad. No importa en que lugar se encuentre Max. Aprenderá que en ninguno las cosas son exactamente como él quiere, por más que sea rey. "La felicidad no es la única manera de ser feliz" dirá un monstruo al joven mandatario. Y quizás el no lo entienda, como el público más joven, pero es algo que Max aprenderá en el transcurso de la vivencia en la isla. En todos lados hay peligros, preguntenlé a Dorothy, la chiquita que tenía que cuidarse de la Malvada bruja del Este, sino.
En el cuento de Maurice Sendak, era claro que Max se embarcaba hacia lo más profundo de su imaginación para escapar no de un drama familiar mayor (para nosotros) sino de un reto de su mamá. No salía de su habitación, pero cruzaba el océano y llegaba a una isla misteriosa. Los monstruos lo querían comer, lo terminaban adoptando como rey, y cuando llegaba el momento, él los abandonaba. "Te comeremos, no te vayas" decían los melancólicos bichos. En las ilustraciones, ellos eran una combinación de diferentes animales (claro, para los chicos todo tiene cara de perro o gato, como en La historia sin fin). Y había un dato para nada menor: la luna, cuando Max comenzaba el viaje, estaba media llena. Al llegar estaba completa.
Ahora, para mí el relato es más emocionante y entretenido (y corto) que toda la película. Pero bueno, tampoco está tan mal.