Domingo de ramos

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Lograda intriga en un infierno de pago chico

Al comienzo, uno se pregunta ¿cuál es Ramos?, ¿o algo pasará un domingo de Pascua?, ¿o ya pasó? Y, a poco de empezar, ¿quién es el asesino? Y luego, la pregunta clave: ¿todo por ese inocente animalito? Es que buena parte de la hecatombe se debe a un inocente animalito, que en paz descanse.

En este enredo participan, involuntariamente, la mujer de un rico comerciante que anda en algo raro, el susodicho, su cómplice comisario, que además disfruta complicidades no comerciales con la mujer de su socio, el loco chinchudo que adora a esa mujer, el vecino ermitaño pero metido, el perro metido del vecino ermitaño y metido, las simpáticas viejitas chusmas que casualmente pasaban por ahí y siguen ahí «viendo a ver qué pasa», un muchachito despacioso, y dos policías más vivos que el comisario para ciertas cosas. Todos enredados por culpa de ese animalito. Mejor dicho, por culpa del equívoco que su existencia o inexistencia puede ocasionar a la gente metida, chusma, chinchuda, que anda en algo raro, etc.

De eso trata esta película, inspirada en un viejo cuento de pueblo chico. Su origen es incierto y el bichito es distinto según sea la zona o el cuentista. En este caso el autor eligió el animal más chiquito posible, para que el desastre luciera más hiperbólico. E hizo bien. Lo mismo, al elegir el lugar de los hechos (una casona apartada de Bella Vista y su entorno), y el elenco, encabezado por Gabriel Goity, Gigi Rua, de bienvenido regreso al cine, Mauricio Dayub, Héctor Bidonde y Pompeyo Audivert.

Antecedente

Este último ya había trabajado en la primera de Glusman, «Cien años de perdón», singular mezcla de teatro grotesco y comedia policial, también de pueblo chico. Para el caso, un pueblo judío de Entre Ríos. Hay trece años y unos cuantos kilómetros de distancia entre ambas películas, pero la intención es la misma, la perspicaz recuperación de una narrativa popular y su traslación al cine.

En ese traslado, quizás hubiera convenido apretar algunas escenas. Por suerte, justo cuando parece que el cuento ya está dando vueltas sobre sí mismo, aparece el sorpresivo, loco y contundente desenlace, que deja al espectador atónito y maliciosamente agradecido. Y, como corresponde, bien está lo que bien acaba.