Domingo de ramos

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Rompecabezas

Thriller, extraño, construido en base a saltos temporales.

Empecemos por lo obvio: Domingo de Ramos es un thriller cuya trama -no muy sólida- se apoya en una estructura rígida y mecánica: unidad de lugar -una casona pueblerina- y saltos temporales constantes. Deconstrucción. La película empieza con una mujer hallada muerta en una habitación (Gigi Rua), dos policías que se quedan con una valija con dólares que encuentran junto al cuerpo y un subcomisario (Gabriel Goity) que, después, revuelve el lugar, como si conociera la existencia del dinero.

Desde entonces, el filme va saltando por los días previos, dosificando la información, para generar pistas verdaderas o falsas, misterio. El recurso -la manipulación, a través del montaje- resulta abusivo. Basta decir que, en la primera media hora, vemos flashbacks -casi viñetas- de lo que ocurrió en los cuatro días anteriores... sumados a otros flashbacks, en blanco y negro, atemporales. Demasiado. En cambio de agregar dinámica y tensión, la fragmentación resiente la fluidez del relato y genera -de a ratos- más confusión que intriga.

También es difícil determinar si el tono inusual de este policial -mezcla de cine negro y absurdo- es deliberado. Por momentos, parecería que sí: en sus toques de humor, extravagancia y hasta ridículo. Por momentos, parecería que no: en algunas subtramas “serias”, fallidas, como la de una nena que necesita un trasplante. El elenco es notable. Algunos de los vecinos, excéntricos y sospechosos, son interpretados por actores como Mauricio Dayub y Pompeyo Audivert. Pero los personajes no generan empatía -una vez más, por la estructura narrativa- y hay varios pasajes de sobreactuación: un humor que sí parece buscado.

En resumen: para disfrutar -módicamente- de esta película conviene prestarle mucha atención y no tomársela muy en serio. En su favor, hay que decir que José Glusman, su director, elude el naturalismo y logra atmósferas extrañas, sumadas a escenas inquietantes, como una en la que Gigi Rua -qué elegante belleza mantiene en su madurez libre de bisturíes- masturba a Héctor Bidonde, al tiempo que le canta. Instantes infrecuentes, creativos, en medio de un filme que termina siendo algo frío y confuso de tan calculado.