Domingo de ramos

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Muerte y resurrección

Domingo de Ramos empieza con un tono seco y conciso que más o menos parece hacer honor a su tema con alguna contundencia. Casi enseguida, sin embargo, una alarma en forma de interrogante se enciende en la cabeza del espectador: un policial hecho en nuestro país, ¿tiene obligatoriamente que tener elementos grotescos? El director Glusman muestra pronto su estrategia encontrando retazos autóctonos en un terreno suficientemente calibrado y codificado por la literatura y el cine norteamericanos. Si la velocidad en los primeros tramos de la película está controlada (acaso demasiado controlada), conforme se pasa relevo a los distintos personajes y se describe la realidad del pueblo en el que acaba de encontrarse un cadáver, de a poco la sucesión de flashbacks, el despliegue de información incongruente destinada a enmarañar la trama y la subida progresiva de tensión en el registro de los actores (más que nada se ponen a sobreactuar como locos), todo ello parece encaminarse hacia lo que termina siendo la marca distintiva de Domingo de Ramos y que se podría denominar “el factor criollo”de la película. Una cruza de cosas disímiles, un engendro acaso tan secretamente seductor en el concepto como descorazonador en los hechos: Glusman hace una historia de detectives chata, que se presenta al principio con ciertos aires marcianos, cuyo improbable suspenso se disuelve de inmediato en el manierismo dramático y en la nula cohesión interna de los elementos formales de la película. Los saltos hacia atrás y adelante de la narración en el tiempo establecen un galimatías poco menos que irreductible que no encuentra compensación alguna en la escasa composición de los personajes ni en el tranco enervante del guión. De pronto, Domingo de Ramos podría ser una oportunidad de film noir desaprovechada tanto como un derivado del teatro pasado por la televisión, con su amalgama insincera de humor chusco, sabor local y emoción predigerida, como en cierto viejo y malo cine argentino. El director es muy audaz y falla en el intento de crear un policial salido de cauce o calcula por demás, juega con demasiadas variables y se ve sobrepasado por una íntima falta de convicción al hacer la mezcla. Tal vez ninguna de las dos cosas: por ahora, se dedica a resucitar una porción del cine argentino que parecía venturosamente olvidada. Ese resto que se creía desterrado sobrevuela espectralmente la película y al final se apodera de ella, como un recordatorio de que el mal siempre está al acecho.