Dolores

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Dolores es un film de época que genera distancia

Dolores es una película muy cuidada en lo formal, prolija en su construcción, concebida por un director y un equipo técnico que conocen bien el oficio y cuyas cabezas son referentes en sus respectivos rubros dentro del cine latinoamericano. El problema -no menor, claro- es que la narración resulta demasiado obvia y solemne; los diálogos suenan por momentos impostados, recitados, varios conflictos aparecen forzados y, así, la película luce encorsetada, sin la fluidez ni la verosimilitud que un drama de época necesita para seducir al espectador.

Ambientada en plena Segunda Guerra Mundial, Dolores narra la historia de la mujer del título (Emilia Attias, con look de estrella de cine clásico), quien regresa desde Escocia a una estancia en las pampas para hacerse cargo de su sobrino de ocho años tras la muerte de su hermana. La dinámica familiar en su nuevo destino es caótica, sobre todo porque su cuñado (Guillermo Pfening) es un alma en pena que intenta combatir el dolor con alcohol. En medio de las crecientes tensiones entre británicos y alemanes, aparece en escena Octavio Brand (Roberto Birindelli), descendiente de germanos, para completar los vértices del triángulo amoroso.

Dickinson apuesta por un clasicismo old-fashioned y hasta algo demodé en estos tiempos, y no hay nada malo en eso. Ni las búsquedas temáticas ni la estética elegida la invalidan. Es en el tono, en la escritura, en lo subrayado y denso del conjunto donde la película genera distancia y poca empatía como para comprometerse desde lo emocional con las desventuras de estos personajes torturados por la realidad que les toca vivir.