Dolor y gloria

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Cada nueva película de Pedro Almodóvar es como un evento cinéfilo, una fiesta para la cinematografía internacional y para sus fans y admiradores, que supo cosechar a lo largo de una vasta y singular carrera.
En este caso, su último opus, “DOLOR Y GLORIA” cuenta la historia de Salvador Mallo, un prestigioso y reconocido director de cine que hace ya cuatro años que no filma. Está completamente bloqueado desde que ha muerto su madre, momento en el que el dolor parece haberse apoderado de él: un dolor que ataca no solamente su cuerpo, sino también su alma.
Con un tono completamente confesional e intimista, Mallo (claro alter ego de Pedro Almodóvar desde las primeras escenas) sentirá la presencia del pasado, de su niñez, de los amores que han dejado heridas aún abiertas y se sucederán los diferentes recuerdos que se van presentando con un fuerte impacto en su presente.
Estos viejos “fantasmas” lo invitan a Salvador a realizar un permanente balance de su vida, ocasión que Almodóvar aprovechará como vehículo perfecto para plantear también una especie de balance / resumen / retrospectiva de su carrera, dentro de la misma película y no deja lugar a dudas en el tono completamente autoreferencial de su relato.
Evoca a un tiempo como el de su niñez, donde todo parecía estar en calma y donde se respiraba un cierto aire de felicidad y es entonces como “DOLOR Y GLORIA” no sólo se construye como una revisión del pasado mirado desde el presente –el famoso aquí y ahora- sino que se convierte en una (implícita?) evocación a la infancia, a la figura de su madre y al descubrimiento de sus grandes pasiones.
La soledad en la que Salvador está inmerso, sus problemas psíquicos –una absoluta depresión e insatisfacción permanente- y sus problemas físicos, no le permiten volver a rodar y participar activamente de un set de filmación.
Pero comienza a (re)conectarse nuevamente con el mundo del cine cuando recibe una invitación de la cinemateca para asistir a una muestra en donde se presentará su película “Sabor” ícono del cine de fines de los ´80, en copia restaurada y será el principal disparador para ese viaje “revisionista” con su pasado.
Desde aquel 1986, momento en que había dirigido esa película, jamás volvió a verse ni a hablar con su protagonista con el que habían tenido un estrecho vínculo.
Reafirmando esta necesidad de retomar los lazos de otros tiempos, de otras vidas dentro de esa misma vida, Salvador va a la búsqueda de Alberto Crespo (un muy buen trabajo de Asier Exteandía, un actor de una importante carrera en la televisión española, quien tiene a su cargo uno de los monólogos más potentes de la película) y a partir de este reencuentro, el diálogo entre el pasado y el presente fluirá continuamente y será el eje central de este nuevo trabajo de construcción de un universo almodovariano dentro de la filmografía del propio Almodóvar.
A pocos minutos de película aparece en una breve intervención Cecilia Roth (chica Almodóvar ícono de sus primeras realizaciones y protagonista de una de sus realizaciones más reconocidas y más maduras como “Todo sobre mi madre”) con lo que comienza un guiño cómplice a la platea.
Y para los amantes de los elencos soñados, Pedro deslumbra con las pequeñas apariciones dentro del relato para lo que ha convocado a grandes figuras como Susi Sánchez (la excelente actriz que cumple el rol de la madre en “La enfermedad del Domingo”), Raúl Arévalo (a quien vimos en “Mi Obra maestra” “La isla desierta” el thriller “Cien años de perdón” y que había participado del film de Almodóvar “Los amantes pasajeros”), Pedro Casablanc (de las recientes “Viaje al cuarto de una madre” y “Superlópez”) y César Vicente –Eduardo, el albañil- que es la síntesis perfecta de lo que podría ser un chico Almodóvar de hoy en día, remixando a aquellos personajes ochentosos, homoeróticos, que exudaban testoterona en “La ley del deseo”.
Siguiendo con los guiños, elige para contar la historia a un elenco que remite casi instintivamente a toda su filmografía y llama poderosamente la atención el increíble parecido que logra Nora Navas (“La adopción” “El ciudadano ilustre” y “Felices 140” de Gracia Querejeta, entre otras) como la secretaria personal de Salvador, con la Carmen Maura que acompañó a Almodóvar en su época de mayor expansión.
Allí están encarnando a su madre, por un lado, en la época de su niñez, una preciosa y potente Penélope Cruz a la que la cámara del manchego la adora de una forma tal, que logra unas interpretaciones memorables, y luego, Julieta Serrano (eterna colaboradora desde “Mujeres al borde de un ataque de nervios”) en la otra punta del relato, de la que el tendrá que aprender a despedirse; esa madre que tiene claro hasta la ropa y la forma en que quiere que sea su funeral.
Leonardo Sbaraglia tiene una breve intervención pero en un papel importante dentro de la historia, pero “DOLOR Y GLORIA” no sería la misma película sin Antonio Banderas en un rol protagónico excluyente.
Uno de sus actores fetiches, desde “Matador” pasando por “Atame” y de excelente lucimiento en “La piel que habito”, no hay otra posible elección para este relato con tintes autobiográficos, esta biografía ficcionalizada en la que Pedro elige desnudarse y que Banderas plasma en pantalla impecablemente. Le pone el cuerpo a un personaje complejo, jugando permanentemente al filo y al que logra encontrarle la esencia desde la primera escena.
Además de rodearse de un elenco de lujo, los rubros técnicos construyen con enorme cantidad de detalles los escenarios perfectos para la historia, con una destreza técnica particularmente destacable con una especial mención para los climas que logra generar un exquisito diseño de arte -sobre todo en los pasajes en donde referencia a su niñez-, y particularmente aquellas filmadas en las cuevas de Paterna, una localidad muy cercana a Valencia, influenciada por el arte morisco que da lugar a las escenas más luminosas y bellas de “DOLOR Y GLORIA”.
Para quienes hemos seguido la filmografía de Almodóvar desde sus primeras películas nos será fácil hacer ese recorrido íntimo y personal que oficia de compendio de su obra y descubrir ecos de “La mala educación” en lo relativo a la niñez, la Iglesia y la sexualidad escondida, “Los abrazos rotos” en ese juego del alter ego del director, de la pasión por el cine y de la recomposición frente al dolor y esa fuerte figura maternal como aparece en “Volver” –efecto que se multiplica al estar Penélope Cruz, casi espejándose en su propia creación-.
Alejado completamente del ritmo de comedia de “Los amantes pasajeros”, “Mujeres al borde de un ataque de nervios” o “Laberinto de Pasiones” pero también despegado por completo del esquema del melodrama que encuentra siempre presente en sus mejores creaciones para este particular momento de su carrera elige innovar.
E intencionalmente dejar que el peso del relato recaiga en manos de un personaje masculino –después de haberse sumergido como pocos directores lo hacen, en el mundo femenino y contar con mujeres protagonistas potentes como en “Julieta” “Todo sobre mi madre” “Hable con ella” o “La flor de mi secreto”- y acierta tanto en su fuerza como en la elección de Banderas para este nuevo filme.
Aunque haya algunos momentos donde la sobreabundancia de diálogos pueden hacer algo moroso el desarrollo del relato, cualquier pequeña imperfección dentro de “DOLOR Y GLORIA” será perdonada cuando una última escena nos emocione por completo y nos vuelva a dar el verdadero sentido de los relatos, de los cuentos que los directores nos cuentan en cada fotograma… y sabemos que Almodóvar tiene un talento particular para abrazarnos en cada una de sus historias.