Dolittle

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Creado por el británico Hugh Lofting en la década del ‘20, el doctor Dolittle es un médico que -como el rey Salomón- tiene la habilidad de entender el lenguaje de los animales y ser entendido por ellos. A lo largo de una quincena de libros, este querible personaje se convirtió en un clásico de la literatura infantil y, como tal, ya tuvo sus encarnaciones cinematográficas: Rex Harrison lo interpretó en un musical de 1967, y Eddie Murphy lo hizo en las dos primeras entregas de una franquicia de cinco películas lanzadas entre 1998 y 2009.

Ahora es Robert Downey Jr. -también productor ejecutivo- el encargado de darle vida en este intento de relanzamiento de la serie. Un intento por demás problemático: varias partes volvieron a ser filmadas luego de la floja respuesta en las proyecciones de prueba. El emparche -a cargo ya no del director, Stephen Gaghan, sino de Jonathan Liebesman- no funcionó o no alcanzó: hasta qué punto será desangelada esta película que ni siquiera la gracia y el carisma del hombre que fue Iron Man aparecen para sacarla adelante.

Como en gran parte de los libros de Lofting en los que está basada, la aventura consiste en un viaje. Dolittle debe abandonar la reclusión en la que permanece desde la muerte de su amada al ser convocado desde el Palacio de Buckingham: la joven reina se está muriendo. Y la única manera de salvarla, diagnostica Dolittle, es dándole una fruta que crece en una isla remota. Hacia allí parte, acompañado por un niño y sus amigos animales: un gorila, un avestruz, una ardilla, un papagayo, un oso polar y algunos más.

A esta altura, ya nadie se sorprende por las proezas tecnológicas que permiten dotar de realismo y expresividad a criaturas generadas digitalmente (y acompañadas por las voces, en su versión original, de algunos actores de primera línea, como Emma Thompson, Rami Malek, Ralph Fiennes o Marion Cotillard). En ese aspecto, Dolittle es impecable y seguramente atraerá a los más chiquitos. Pero a este tipo de productos suele ocurrirles que el árbol de los efectos les tapa el bosque de la historia.

El mayor pecado de Dolittle es la insipidez. Que esté, en apariencia, destinada a niños no mayores de nueve años no justifica que la mayoría de los chistes carezcan de gracia y que prácticamente no exista tensión dramática alguna. Tal vez sea una vara demasiado alta, pero las dos Paddington prueban que -más allá de Disney- estas películas también pueden ser disfrutables.