Dogman

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Matteo Garrone es de los muy buenos directores que ha dado en los últimos tiempos el cine italiano. Sabe manejar las historias que cuenta, que siempre mantienen al espectador al filo del asiento, sean o no thrillers, porque en realidad se especializa en dramas.

Cuando nos preocupamos de verdad por un personaje, es porque éste llegó de alguna manera a conectar con nosotros.

Marcello atiende una peluquería canina en un pueblito del sur de Italia, cercano a Nápoles. Es una ciudad que, se ve, ha conocido tiempos mejores. Allí, subsiste. Es de contextura física pequeña, y algunos perros son más grandes que él. Pero tiene, digamos, ángel. Con unos amigos juega al fútbol 5 alguna noche. Está separado, tiene una hija de 9 años y, además de atender a los perros, está metido en el tema de la droga. Consume y vende cocaína.

Antes que situarse en la vereda de enfrente y enjuiciar a su personaje, Garrone lo pone ante situaciones que al espectador le pueden hacer transpirar las manos. Hay un mafioso local (Simone, interpretado con bravura por Edoardo Pesce), de gran complexión y pésimo genio, y más que la moralidad de las acciones de uno u otro, lo que prima es el seguir y dirigir la vida de acuerdo a sus sentimientos, convicciones y hasta necesidades.

No ha de ser fácil vivir o sobrevivir en el lugar donde está parado Marcello. Y habrá que ver cómo se las arregla.

Que la película se encuentre inspirada en un caso de la vida real, lo hace todavía más horripilante. Marcello sin quererlo -o porque realmente no sabe cómo no hacerlo- se ve inmiscuido en una serie de asaltos en lo que Simone los hace partícipe directo.

Y nada será igual. En el comportamiento de Marcello, y en la película.

Y el filme le permite a Garrone regresar al mundo mafioso que experimentó en Gomorra (2008). Pero, centrado en Marcello, pasamos de ver su apacible vida a tener que sufrir amarguras y humillaciones.

No será ésta la primera vez que en las comparaciones entre los humanos y los perros, por su comportamiento, los segundos resulten más dignos que los primeros.

Marcello Fonte ganó en la edición del año pasado del Festival de Cannes merecidamente el premio al mejor actor. Y no interesa cuánto lo haya ayudado Garrone haciéndole filmar las escenas en orden cronológico. Es su rostro, su andar entre cansino y preocupado el que, decíamos, nos hace sentirnos cercanos a él, y preocuparnos por su destino.

Una gran y noble película.