Dogman

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Hace diez años, con la adaptación cinematográfica de Gomorra, Matteo Garrone tuvo la oportunidad de volverse uno de esos cada vez más escasos directores italianos que se aseguraban el estreno allende los mares. O más bien el cine tuvo la oportunidad, o mejor dicho los espectadores, pero fue una década perdida para el afianzamiento y la expansión del público de los directores más singulares, de los autores contemporáneos. Le pasó a Paolo Sorrentino más allá del Oscar para La grande bellezza, le pasó a Garrone con su cine más reciente, y con este muy postergado estreno de Dogman. Así y todo, es un lujo poder ver esta película en una sala de cine.

Garrone, con los aires enrarecidos y absurdos de su propia El embalsamador(que se dio en el Bafici hace dieciséis años), hace otra película sobre la amistad, la sangre, la bestialidad y la violencia. EnDogman tenemos a un peluquero de perros -y dealer- de un barrio nada apolíneo de la costa del sur de Italia, que tiene algo así como un amigo adicto y bestial. Esas y otras conexiones criminales, y un sentido moral, de lealtad y de pertenencia orientan sus acciones con una lógica particular que dispara y tensa un relato encuadrado, montado, iluminado y actuado con esa clase de convicción estética, contundencia narrativa y pasión por la intensidad que le ha permitido al cine italiano fascinar y convocar tantas veces en su historia. Ojalá Dogman convoque, lo otro ya lo hizo.