Doctor Sueño

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Otra secuela de un objeto famoso de la cultura pop con legiones de fans, justo lo que andábamos necesitando. A veces, de todos modos, salen bien esos emprendimientos, pero no es este uno de esos casos. Estamos aquí ante otra adaptación de un libro de Stephen King, uno que continúa El resplandor, cuya versión cinematográfica dirigida por Stanley Kubrick el escritor detesta, y con muy atendibles razones. Pero King, claro, no impidió que la película de Kubrick se volviera un "film de culto" y una usina de "referencias pop", una fuente de citas y guiños en muchos y diversos productos.

Este producto Doctor sueño tiene a Dan Torrance, el hijo de Jack Torrance, el señor interpretado -pasado de rosca- por Jack Nicholson en la película de 1980. Y tiene luces de autos que encienden nieblas, y tiene los árboles de Nueva Inglaterra, y tiene sangre en varias narices, y tiene olor a Stranger Things, y tiene ese inconfundible olor del oportunismo. A veces, de todos modos, el oportunismo no hunde por sí solo a una película.

Pero Doctor Sueño es un relato anémico con formato de serie, con cinco medias horas de una eternidad infernal, sin fluidez, plagadas de pausas anodinas ante cada introducción de personaje y de acciones sin cohesión. De todos modos, los problemas mayores de este enfrentamiento pretendidamente cumbre entre seres sobrenaturales malos y buenos van por el lado de la celebración atolondrada de la referencia, de una acumulación de duelos finales directamente risibles a su pesar, y de actores que claramente no pueden creer ni hacer creíble la lluvia de torpezas que los riega; una lluvia torrencial que no los hace crecer crecer ni a ellos ni a sus personajes, ni al cine ni a nada alrededor.