Doctor Sueño

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Brilla tu luz para mí

Se podría decir que Doctor Sueño (Doctor Sleep, 2019) es la mejor película posible hoy por hoy considerando su linaje y el paupérrimo contexto cinematográfico actual: el director y guionista Mike Flanagan, el encargado de llevar adelante la faena, reconcilia los extremos y logra dejar a todos contentos de la mano de un film satisfactorio dividido en dos mitades sutilmente opuestas a nivel de la estructuración retórica y sus pretensiones de base, con una primera parte respondiendo a una adaptación más o menos fiel de la novela homónima de 2013 de Stephen King, continuación tardía de su legendario trabajo de 1977 intitulado El Resplandor (The Shining), y un segundo acto que se aparta generosamente de las fuentes literarias y sí funciona como una secuela de esa prodigiosa película de Stanley Kubrick que los fans del horror tenemos tan presente por su inconmensurable riqueza conceptual. El realizador tuvo que convencer al escritor de que a nadie le interesaba su versión en pantalla de la historia, aquella aburrida miniserie de 1997, y que eran necesarias las referencias al film protagonizado por Jack Nicholson y Shelley Duvall, un trabajo que siempre criticó porque King se identifica con el personaje del escritor borracho que en un bloqueo creativo pretende despachar a su familia y porque el opus de Kubrick no le brindaba al susodicho ni un ápice de redención, algo que él mismo corrigió de manera clarísima en la continuación literaria y que Flanagan -oh, sorpresa- vuelve a pasar por alto en un guiño cariñoso a El Resplandor (The Shining, 1980) y todo su nihilismo en lo que atañe al andamiaje familiar.

Para aquellos que no sepan de qué va el asunto simplemente diremos que estamos ante un relato centrado en una batalla entre telépatas polirubro en la tradición de Scanners (1981) de David Cronenberg, lo que desde ya también nos reenvía al fetiche del querido Stephen con los poderes sensoriales y aledaños, catalizador que en el séptimo arte pudimos disfrutar en Carrie (1976), La Zona Muerta (The Dead Zone, 1983) y Ojos de Fuego (Firestarter, 1984), entre otras traslaciones de novelas y cuentos del escritor. En esta oportunidad el inefable Danny Torrance (ahora Ewan McGregor, antes Danny Lloyd) no es un niño sino un adulto traumatizado que -ya con su madre Wendy fallecida hace muchos años- oculta su “resplandor”, su habilidad psíquica, debajo de litros de bebidas espirituosas hasta que se hace amigo de un tal Billy Freeman (Cliff Curtis), quien lo lleva a Alcohólicos Anónimos y le presenta al Doctor John Dalton (Bruce Greenwood), líder del grupo gracias al cual consigue dejar de beber y su jefe en ese nuevo trabajo como empleado de limpieza en un hospicio para ancianos, donde junto a un gatito consuela a los veteranos antes de morir. Por otro lado está Abra Stone (Kyliegh Curran), una nena que también posee el resplandor aunque en una versión mucho más poderosa, lo que le permite comunicarse con Danny para pedirle ayuda cuando identifica a una psicópata con todas las letras que responde al nombre de Rose the Hat (Rebecca Ferguson), la telépata cabecilla del Nudo Verdadero/ True Knot, un culto que se alimenta de niños con poderes psíquicos en pos de alcanzar la inmortalidad.

Doctor Sueño es una gran adaptación contemporánea de King y una buena película si la pensamos dentro de la admirable carrera de Flanagan desde que se hiciera famoso en el circuito indie internacional con Ausencia (Absentia, 2011) y en el mainstream con Oculus (2013), dos epopeyas muy sensatas que dispararon una seguidilla de películas más o menos interesantes aunque siempre dignas de un artesano que privilegia la puesta en escena y el desarrollo de personajes por sobre el facilismo demacrado de los jump scares, los grititos histéricos y los adalides unidimensionales, léase Hush (2016), Somnia: Antes de Despertar (Before I Wake, 2016), Ouija: El Origen del Mal (Ouija: Origin of Evil, 2016), El Juego de Gerald (Gerald’s Game, 2017) y The Haunting of Hill House (2018), aquella serie para Netflix que lo terminó de posicionar como uno de los grandes expertos actuales en tramas fantasmagóricas y sobrenaturales varias. La película le calza como anillo al dedo al director porque le deja todo servido para regresar a sus latiguillos y obsesiones temáticas de siempre (fundamentalmente la destrucción de la familia, sus coletazos psicológicos en los miembros concretos y la posibilidad de salir adelante mediante una solidaridad que puede incluir a personas ajenas al “núcleo” del clan) y porque le permite incorporar una serie de citas formales que van desde lo bien explícito hasta lo apenas disimulado (en la media hora final el señor abusa de las alusiones a la odisea de Kubrick, sin embargo durante el resto del metraje el ardid nostálgico está manejado con una bienvenida sutileza; en especial debido al pulso retórico sosegado, la música ominosa minimalista, las bellas transiciones entre las escenas y ese realismo curiosamente etéreo y luminoso que en suma retoma los engranajes principales del melodrama para resignificarlos desde la furia del dolor contenido que espera el momento de manifestarse en una suerte de defensa contra los parásitos sociales de turno).

El estilo narrativo de Flanagan ya era bastante tranquilo y se entiende el amor que despliega hacia el film de 1980, en cierta medida hasta traicionando la novela que supuestamente está adaptando, no obstante cae en algunos problemas típicos del cine actual como perderse en ocasiones en la melancolía para con tiempos pasados y sobreexplicar detalles que en la obra maestra de Kubrick quedaban sujetos a la gloriosa interpretación del espectador, película que por supuesto no llega a igualar porque mientras que el opus con Nicholson constituyó un mojón vanguardista e hiper meticuloso del enclave de los sustos, el film que nos ocupa en cambio jamás pasa de ser una especie de “nota al pie” cual producto exploitation bien hecho, uno de esos que antes eran legión y en la actualidad casi desaparecieron para dejar paso a una catarata de bodrios clase B que tratan de copiar lo peor y más conservador del mainstream rimbombante hollywoodense. Este trasfondo de propuesta indie nostálgica con gran presupuesto recorre cada uno de los generosos 151 minutos de Doctor Sueño, en los cuales Flanagan osa otorgarles a otros actores papeles centrales de antaño para secuencias muy cortas; nos referimos a Henry Thomas en el personaje de Jack Torrance (Nicholson), Alex Essoe para Wendy (Shelley Duvall) y Carl Lumbly como Dick Hallorann (el recordado Scatman Crothers en el convite de Kubrick), quien hoy regresa para aconsejar a Danny sobre cómo superar sus temores. Más allá de que la hiper esperable vuelta en sí al Hotel Overlook del desenlace es un tanto frustrante por la innecesaria andanada de citas, el film en su conjunto es de lo más loable ya que consigue convencernos de que el inglesísimo Ewan McGregor puede ser Danny y que la deliciosa Rebecca Ferguson puede constituir la encarnación de un mal vampírico que merece ser contrarrestado vía esa luz fraternal/ solidaria/ humanista/ comunicacional con la que sólo unos poquísimos elegidos cuentan…