Doctor Strange: Hechicero supremo

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

Sin lugar a dudas, Doctor Strange se convirtió rápidamente en una de las películas más esperadas del año. A pesar de no ser uno de los personajes más conocidos del Universo Marvel, los diferentes avances/teasers/trailers/publicidades de Sprayette, junto a la figura de Benedict Cumberbatch (Sherlock, Star Trek Into Darkness) como protagonista, preanunciaban que se trataría de una película un poco diferente al resto de las obras basadas en cómics que venimos viendo. Y sí, estuvo programada en el Festival Internacional de Mar del Plata dentro del panorama "Autores". Porque no es un mero tanque pochoclero, es algo más.

La película arranca haciéndonos una breve introducción de la rutina y el carácter (insoportablemente altanero) del Doctor Stephen Strange: un talentosísimo neurocirujano cuyas manos no fallan a la hora de meter bisturí en los sesos de la gente. Y tampoco falla su precisión para diagnosticar. El tipo es un genio, pero está subidísimo al caballo: las vidas que salva son simplemente casos de éxito en su carrera, como si a Maru Botana le saliera bien una torta o a Roberto Piazza un vestido. La profesión es lo que le da sentido a su vida, pero sólo por la enorme ambición que profesa de ser el mejor.

Tras una introducción a la que no le sobra ni le falta nada, manejando en la ruta sufre el accidente que le cambiará la vida: vuelca con su auto y sus manos quedan completamente destrozadas. A pesar de las palabras y el apoyo de su incondicional compañera, Christine Palmer (Rachel McAdams), Strange no puede evitar quedar destrozado por dentro: su carrera ha finalizado. Y nada de rendirse o dedicarse a otra cosa: el doctor se cansa de buscar tratamientos para recuperar su pulso. Es así como conoce el caso de un paciente irrecuperable que volvió a caminar y, buscando la misma solución, sigue sus pasos hasta Kamar-Taj, un lugar oculto en Nepal.

Y es aquí donde paro de contar lo que pasa tan detalladamente y repaso por arriba, porque si bien conocía al personaje, el no saber prácticamente nada de la trama me permitió disfrutarla a cada minuto.

Básicamente, lo que sucede en el templo oculto de Kamar-Taj es que, a través de las enseñanzas de Ancestral (Tilda Swinton), Strange va accediendo a diferentes niveles de conocimiento y con ello se va transformando en hechicero. Partiendo de la mente y de la concentración, descubre que puede transformar el tiempo, la materia, las leyes de la física, acceder a un plano astral hasta entonces para él desconocido. Y este mundo, tal como le explica el simpático bibliotecario Wong (Benedict Wong), también tiene amenazas que lo acechan. Strange sólo quería arreglar sus manos para volver a su rutina, pero descubre que hay algo más grande, que en un lugar radicalmente opuesto a la ciencia se podrá someter a desafíos mayores.

La película transcurre en la actualidad y sabe hacer convivir nuestro mundo tecnológico con el mundo más ancestral y espiritual al que accede Strange. De hecho, esta temporalidad marca con más fuerza aún el hecho que nuestro amigo decida probar un tratamiento alternativo: no es lo mismo la medicina actual que la medicina existente en 1963, año en que debutó el cómic. Asimismo, es también esta brecha temporal (porque si bien pasa todo en el presente, la puerta que abre Ancestral no es sólo a otro aspecto del mundo, sino también a un tiempo espiritual diferente) es lo que permite gran parte de los gags. El humor (algo de lo que siempre me quejo, sí) no molesta en absoluto, sino que al contrario, está bien ubicado con el tono general de historia. El hecho de poder trabajar en un género un poco más cómico y que efectivamente funcione también tiene que ver con el personaje: al no ser archiconocido y de primera línea (oh la ironía, es uno de los más poderosos), permite el chascarrillo sin que ningún fundamentalista aduzca que es una falta de respeto y pida en Change.org la censura de la película.

El acierto número uno de la producción es Benedict Cumberbatch en el papel de Doctor Strange. Más allá de lo físico, sabe encarnar los diferentes matices del personaje, porque claramente detrás de la altanería que le demuestra al mundo no deja de ser un tipazo. Debo confesar que en los primeros minutos temí que fuera un "Doctor House con poderes" (si empezamos a trazar similitudes con el personaje popularizado por Hugh Laurie, no terminamos más), pero por suerte va por otro lado. Y sí, en determinados momentos las miradas logran recordarte a Vincent Price, actor en el que está basada la apariencia física del personaje creado por Stan Lee y Steve Dikto. Desde el tratamiento del humor a través de los diálogos hay determinadas frases, latiguillos, que una cosa son escritos y otra cosa son con la impronta de Cumberbatch encima, lo que llama fuerte al tribuneo. Por suerte, en el Festival no está "mal visto" gritar y aplaudir cuando amerita, y ameritó varias veces.

El otro caballito de batalla de la película son, sin lugar a dudas, los efectos visuales, que tienen olor a Oscar. Como decíamos anteriormente, los hechiceros pueden manipular tiempo, espacio y acceder a dimensiones y universos paralelos, entre otras cosas. El punto de partida para la composición visual es infinito. De ahí en más, los colores elegidos en cada espacio, la minuciosidad de texturas y detalles, todo, todo es absolutamente increíble. Los espacios que no son los que habitamos se ven con el mismo realismo que las calles de Londres o el quirófano del hospital.

A nivel narrativo, además de una presentación justa, el resto de la acción se desarrolla naturalmente, sin huecos en el guión que te distraigan de la trama ni arbitrariedades. La única falencia quizás es que no termina de generar un buen clímax. Quizás porque el foco se pone más en presentar al Doctor que al enemigo, o por la falta de algún obstáculo mayor a la hora de la resolución, pero se pierde un poco la identificación generada con el protagonista; te despegás ligeramente y dejás de sentir la magnitud real del problema al que se enfrenta.

VEREDICTO: 9.0 - EL DOC LLEGÓ PARA QUEDARSE

Incluso con un tercer acto que se desinfla un poquito, Doctor Strange demuestra que los superhéroes en el cine aún tienen mucho para dar. "En el cine", dije. En la sala. Si ves una bestia como ésta en la pantallita de la compu, merecés tomar birra caliente y sin gas por el resto de tu vida.