Doctor Strange en el multiverso de la locura

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

FORMA Y FONDO

Debo admitir que soy de los que reniegan bastante de la trilogía de El Hombre Araña dirigida por Sam Raimi. No solo de la tercera parte (a la que prácticamente nadie defiende), sino también de las dos primeras. Sí, incluso de El Hombre Araña 2, a la que casi todos aman. Es que, si en el cine de Raimi siempre hay una tensión entre forma y fondo, entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, un sendero muy fino que el realizador suele transitar con arrojo y riesgo, casi siempre al borde del desbarranco, en las películas sobre el hombre arácnido no llegaba a haber una fluidez total. Eso restaba potencia y solidez a los conflictos personales -o los hacía caer en subrayados- en las dos primeras películas, mientras que en la tercera había una acumulación de recursos que el relato no conseguía ordenar. De ahí que la perspectiva de Doctor Strange en el Multiverso de la locura, que insinuaba una apuesta al terror, pero también la necesidad de plegarse a la nueva vía argumental del Universo Cinemático de Marvel -que hasta ahora ha progresado de forma muy despareja- me generara bastante incertidumbre.

Hay que decir que Raimi pasa el examen de su vuelta al mundo de los superhéroes con cierta holgura, precisamente porque encuentra unas cuantas instancias donde la forma y el fondo confluyen adecuadamente. Lo cual no significa que Doctor Strange en el Multiverso de la locura no sea un espectáculo desparejo, en el que hay una multitud de elementos puestos en juego. La estructura es casi la de una especie de road-movie, en primera instancia, interdimensional: Strange (Benedict Cumberbatch) deberá ayudar a America Chávez (Xochitl Gomez), una joven con el poder -que no puede dominar- de pasar un universo a otro y que es perseguida por una entidad maligna que es mucho más cercana de lo que podría presumir inicialmente. Pero el viaje que emprende Strange también será ético, moral y afectivo, porque esos saltos de un mundo a otro lo pondrán frente a elecciones de todo tipo, que pondrán a prueba su carácter y su mirada sobre el poder.

Donde la película de Raimi -y en particular el guión de Michael Waldron- acierta es que hay un antagonismo claro y, especialmente, único, que encarrila la narración hacia una confrontación bien definida. A la vez, Strange encuentra en Wanda Maximoff/Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen) un espejo que lo interpela no solo desde los poderes mágicos que ambos ostentan, sino también desde los deseos íntimos que en cierto modo los ligan. Si Wanda quiere poder ejercer sus capacidades sin culpa y se aferra a la idea del reencuentro con sus hijos (que ya venía arrastrando desde la serie WandaVision), Strange también arrastra ese amor no concretado por la Doctora Christine Palmer (Rachel McAdams), con lo que no puede evitar verse reflejado en esa conflictividad, en el deseo por algo que luce imposible a primera vista, pero que se revela como realizable, aunque a un costo altísimo para los equilibrios espacio-temporales. Raimi aprovecha mucho ese juego de espejos -de hecho, es un tema que está muy presente en su filmografía- y lo lleva a fondo en la puesta en escena, no solo desde lo objetual, sino también desde la mirada, apropiándose de la materialidad de la historia e incluso permitiéndose ingresar en el territorio de lo macabro e inquietante con resultados auspiciosos.

Claro que esa apropiación toma un tiempo considerable y en unos cuantos pasajes queda subordinada a todos los elementos marvelianos que trae la película. En Doctor Strange y el Multiverso de la locura pasan un montón de cosas, desfilan una multitud de personajes emblemáticos -muchos de ellos para que la fanaticada aplauda al instante, como acto reflejo y sin preguntarse realmente qué están aplaudiendo- y se introducen quizás demasiados conceptos, hasta convertir a las dos horas de metraje en una experiencia algo confusa, e incluso extenuante. Allí es donde Raimi parece quedar excesivamente subordinado a las necesidades de una franquicia gigantesca y un poco condenado a volcar una gran cantidad de información sin un criterio consistente, perdiendo incluso el eje de los conflictos principales.

Por suerte, hacia el final, Raimi vuelve a encontrar el equilibrio entre forma y fondo, termina de convertir a Strange y Wanda en personajes tan trágicos como coherentes en sus decisiones, y hasta se permite dejar algunas huellas productivas de su autoría en el relato. Doctor Strange y el Multiverso de la locura no llega a ser un film distintivo en el Universo Cinemático de Marvel, pero sí muestra una solidez innegable y le otorga nuevas dimensiones a su protagonista. Y no solo dimensiones espaciales y temporales, sino también sentimentales, lo cual no deja de ser un logro considerable.