Doctor Strange en el multiverso de la locura

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

La segunda película protagonizada por el Doctor Strange es clave en la evolución del universo cinematográfico de Marvel, porque lleva todavía más lejos el concepto de multiverso como fundamento de su estrategia actual. La idea de la interacción permanente entre los innumerables integrantes de este cosmos visual, ahora capaz de reproducirse hasta el infinito en un movimiento perpetuo, funciona como un estímulo irresistible para la ansiedad de los fans. También como aliciente creativo.

Pero al mismo tiempo, la opción por el multiverso llevó a Marvel a abrir su propia caja de Pandora. Si no formamos parte de esta gran cofradía de la cultura pop contemporánea y si no sabemos reconocer la personalidad de cada una de las piezas de un tablero cada vez más grande (la próxima secuela de Spider Man: un nuevo universo promete un desfile de 200 nuevos personajes) corremos el riesgo de quedar afuera de presentes y futuras conversaciones.

Ahora, con tanto personaje dando vueltas a los saltos (voluntarios o no) por varios mundos simultáneos nos cuesta mucho más saber dónde está lo principal y dónde lo accesorio. Algunos de los grandes protagonistas de la fase previa (Iron Man, Capitán América, Black Widow, Hulk) fueron desapareciendo de a poco y el reconocimiento generalizado hacia esos seres poderosos y carismáticos fortaleció el compromiso férreo y entusiasta entre el público y las películas de Marvel. Todavía nadie pudo reemplazarlos.

La dispersión que por su propio peso impone la idea del multiverso, sumada a algunas decepciones recientes, amenaza con resquebrajar las antiguas fidelidades. Tal vez por eso la segunda película de Doctor Strange trata de recuperar en un personaje de peso el poder de atracción que Marvel pareció extraviar con el fracaso estrepitoso en todos los sentidos de Eternals. Y de paso, darle un impulso certero a una noción (la de multiverso) que al estar abierta a todas las realidades posibles e imaginables también queda expuesta al desorden, la confusión y el desconcierto.

Marvel le confió esta historia al talentoso Sam Raimi, un director capaz como pocos de otorgarle genuino realismo a sus viajes por mundos sobrenaturales. Para un especialista en contar historias con abundantes pesadillas y personajes con poderes psíquicos y telepáticos, una historia como la que propone Doctor Strange y el multiverso de la locura puede resultar hasta un juego.

En una de esas pesadillas, Strange (interpretado con el aplomo habitual por Benedict Cumberbatch) se encuentra con una adolescente de origen latino, América Chávez (Xochitl Gomez, figura de la serie de Netflix The Baby-Sitters), que tiene el poder de desplazarse entre diferentes universos. Un poder que también anhela la siempre fluctuante Wanda Maximoff, a la que Elizabeth Olsen viste con precisos rasgos de heroína y villana del cine de terror a la vez. Todas las pistas insinuadas en la excelente serie WandaVision sobre su comportamiento se concretan aquí, sobre todo el sueño máximo de Wanda de querer ser una madre perfecta.

Toda la película gira alrededor de la idea del döppelganger, término que alude al reconocimiento de que cada persona tiene una especie de doble que puede convertirse en su peor enemigo. Tanto Strange como Wanda quedan expuestos a esa instancia mientras combaten por el poder de la chica tratando de imponer sus propias armas. Todo es cuestión de saber si los círculos ígneos del Maestro de las Artes Místicas resultan más fuertes (o no) que las bolas de fuego lanzadas por la Bruja Escarlata en los sucesivos universos de la acción.

Con algunos genuinos toques de autor (criaturas monstruosas, terroríficas almas en pena, breves aportes de humor absurdo que se cierran en la última escena poscréditos), Raimi se acomoda a las necesidades básicas que tiene cada película de Marvel e incluye todo lo que no puede faltar, como las menciones a la diversidad que se expresan de modo cada vez más enfático.

A la historia no le falta nada para sostener su espíritu de entretenimiento, que también incluye algunas inesperadas (y muy festejadas) apariciones del propio multiverso de Marvel. Pero el desafío para el estudio excede todo lo que se muestra aquí. El gran atributo del Doctor Strange es su poder para custodiar el equilibrio de todo el sistema. Pero en su afán por controlar todo, las cosas más de una vez se le fueron peligrosamente de las manos. Algo parecido puede ocurrir con la expansión sin límites de la idea del multiverso. En los dilemas (y los miedos) de uno de sus personajes clave también se escribe el futuro de Marvel.