Doctor Strange en el multiverso de la locura

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

Perdidos en el laberinto de los mundos paralelos

Una sala de cine prácticamente llena un jueves a la noche. Y en Rosario. Esos son los “milagros” que sólo tienen lugar cuando se estrenan las películas de superhéroes, y más específicamente las de Marvel. Esta semana llegó a los cines “Doctor Strange en el multiverso de la locura”, la esperada secuela de la primera película del doctor Stephen Strange, que se estrenó allá lejos en 2016. El éxito de taquilla estaba asegurado (los seguidores del prolífico Universo Cinematográfico de Marvel se cuentan por millones en todo el mundo), pero también había curiosidad por lo que podría lograr Sam Raimi desde el sillón de director, sabiendo que al realizador de la primera trilogía de Spider-Man le gusta dejar una marca propia en sus proyectos.

Como ya está explícito en el título, la estrella de esta secuela es el concepto de “multiverso”, el nuevo juguete de la factoría Marvel/Disney que permite llevar sus fantasías hasta el infinito. El multiverso son universos diferentes que avanzan en paralelo al nuestro, mundos con otras reglas donde los superhéroes incluso pueden encontrarse con versiones muy distintas de sí mismos. Así las historias están abiertas a todo tipo de realidades, los personajes se multiplican, las referencias y las citas no tienen límites. Este recurso, una suerte de carta blanca para los guionistas, es también un arma de doble filo: funcionó bien en “Spider-Man: Sin camino a casa” (2021), pero resulta algo tedioso y sobrecargado en este regreso de Doctor Strange.

La acción empieza con el doctor (Benedict Cumberbatch) despertando de lo que parece una pesadilla. Pero no lo es. La chica que aparece en sus sueños psicodélicos se llama América Chávez (la mexicana Xochitl Gómez), y tiene el temible poder de desplazarse entre diferentes universos, aunque ella no sabe explicar cómo lo hace ni por qué. Ese poder es justamente el que persigue Wanda Maximoff / la Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen), que se convierte en la gran antagonista de esta historia, donde oscila permanentemente entre heroína y villana. Con motivaciones muy disímiles, Wanda y Strange se enfrentan por el poder de la adolescente, mientras los tres giran como trompos por el multiverso, topándose con sus propios dobles y personajes ambiguos que pueden pertenecer a cualquier bando.

Sam Raimi cumple a rajatabla con la rendidora fórmula de las películas de Marvel: las secuencias de acción iniciales, con efectos espectaculares y muy bien coreografiadas; la aparición de nuevos y viejos superhéroes (esos cameos aplaudidos por los fans) y las dos escenas post créditos de rigor, una pequeña ventana que se abre a más películas y series del UCM. Hay aislados aportes con su firma (un toque de humor absurdo, un poco de terror), pero aquí las costuras de la fórmula sobresalen por encima de cualquier sello personal.

También es curioso que, aún atada a la fórmula, la película no logre sostener el ritmo narrativo durante sus dos horas (sí, aquí prevaleció la cordura en cuanto al metraje, algo que se agradece). Hacia el final la historia y los personajes se pierden en los intrincados laberintos del multiverso y no encuentran la salida: la película se vuelve confusa, dispersa y reiterativa, al tiempo que el protagonista pierde centralidad y el escaso peso dramático recae sólo en la Bruja Escarlata. El personaje nuevo, la chica de origen latino, carece de conflicto y carisma. Como un signo de estos tiempos, parece seleccionado por los guionistas para llenar casilleros de diversidad cultural y corrección política.