Divergente

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Loco x el Cine

Reflejo del Hambre

La culpa es de J. K. Rowling. La literatura juvenil no la necesitaba. Nos podríamos haber quedado con Stevenson, Dickens, Alcott, Twain… pero no. La escritora británica tenía que traernos a Harry Potter y como si no fueran poco la cantidad de fans y escritores que empezaron a imitar el modelo del niño mago, Hollywood debía hacer lo mismo. Así es la cosa. La última década y media, la literatura juvenil se dividió entre preadolescentes en mundos de fantasía y adolescentes busca destinos en medio de triángulos románticos, en futuros post apocalípticos o mezclados con vampiros y hombres lobos. Así estamos. Porque si no fuera poco ver (y leer) a Suzane Collins, Stephanie Meyer, tenemos ahora que aguantar a la joven Verónica Roth y su saga, que poco y nada difiere de la de la creadora de Los Juegos del Hambre.

Y si bien – gracias a Peter Jackson y Tolkien – se empezaron a rescatar los relatos de fantasía de la Edad Media y afines – Narnia, La Brújula Dorada, Eragon – que apuntan a un público más infantil, en esta segunda etapa más romántica con protagonistas femeninos, prevalece la telenovela romántica antes que la aventura o la metáfora fantástica.

Teniendo representantes como Huxley, Dick, Matheson, este futuro que pintan Collins o Roth lo único que muestran es prácticamente lo mismo que ya nos mostraba Fritz Lang en Metrópolis. Mundos divididos entre dos clases sociales: los poderosos y los humildes, todos “luchando” por sobrevivir dentro de un mundo devastado. No muy diferente a la realidad.

En Divergente. la sociedad de Chicago – único lugar con humanos en todo el planeta – está dividida entre los eruditos (los hombres de ciencia), los osados (el ejército), los que siempre dicen la verdad (los abogados), los amables (campesinos y agricultores) y los abnegados (los pensadores que son líderes políticos). También hay gente viviendo en las calles. Ellos no tienen facción… Y hay un muro, que separa la sociedad de los… (a esperar las secuelas).

Beatriz es hija de Abnegados, pero pronto tiene que hacer la prueba para elegir su “identidad”. La prueba la califica como “divergente” o sea que posee características de todos las facciones, lo cual es una condena de muerte, según los eruditos, que están tomando mayor poder y quieren borrar a los abnegados del mapa social. Léase: los científicos quieren ocupar el rol de los políticos en la sociedad.

Gracias a la ayuda de una tatuadora, Beatriz logra esconder los resultados de la prueba y a la hora de elegir facción se inclina por los “osados”. A partir de ahí tendrá un entrenamiento que le servirá para rebelarse y enfrentarse finalmente con los mismos que la entrenan. Pero, por supuesto, no habría conflicto sin interés romántico y acá aparece, el fortachón carilindo entrenador, Tobías, que la ayuda ante el duro Eric, una especie de R. Lee Ermey de Nacido para Matar, de Kubrick.

El film del impersonal Neil Burger, en quien algunos depositaron mucha confianza tras la sobrevalorada El Ilusionista, tiene como moraleja “ser distinto es lo que salvará tu vida”, pregona por el libre albedrío y conservar la identidad de los individuos. Pero la película es lo opuesto a eso. Está atada al sistema. No solo es convencional, mecánica, aburrida desde lo formal y lo estético, sino también previsible, monótona, obvia, subrayada, discursiva al extremo del absurdo. Burger no se toma riesgos de ningún tipo. Ni siquiera en la elección de los actores. Todos los jóvenes son realmente esbeltos y tienen curvas perfectas. En una época donde se intenta que los adolescentes tengan menos prejuicios contra sus cuerpos, Hollywood dora la píldora con actores extraídos de jugueterías.

Ni la prometedora Shailene Woodley se salva, inexpresiva como pocas, es lamentable el poco carisma que transmite. Tampoco se destacan actores más veteranos como Ashley Judd, Kate Winslet o Tony Goldwyn. Todos en piloto automático. La reducida sensibilidad de cada personaje, el esquematismo, la ausencia de humor, los diálogos forzados, terminan por generar que extrañemos a Los Juegos del Hambre, que es superior solamente porque el elenco consigue momentos más creíbles.

Burger maneja mal la tensión y el suspenso. No consigue generar un clima para mantener el ritmo durante las dos horas y cuarto que promedia el film. Y lo peor de todo es que ni siquiera es decepcionante. Es mediocre por ser más de lo mismo.