Distancia de rescate

Crítica de Fernando Bernal - Otros Cines

El título de la cuarta película de Claudia Llosa hace referencia a la distancia que separa a una madre de su hijo cuando este puede encontrarse en peligro. Es un hilo invisible que permite reaccionar para evitar un accidente. La cineasta adapta la novela homónima de la escritora argentina Samanta Schweblin, con la que consiguió un gran éxito editorial, y ambas firman el guion de una historia centrada en la maternidad, un tema que aparecía ya en La teta asustada (2009), el segundo film de la directora peruana afincada en Barcelona, con la que consiguió el Oso de Oro en la Berlinale. En Distancia de rescate, la maternidad es abordada desde distintos puntos de vista y diversos estados emocionales, adoptando el formato del thriller y ofreciendo algunos apuntes que van más allá del tema central, a propósito de cómo el ser humano está amenazando la vida de la tierra y su propia salud.

Esta coproducción internacional que distribuye Netflix comienza generando cierta perplejidad al espectador. Una voz en off de una mujer que se encuentra agonizando habla con un niño, que la invita a recordar los acontecimientos que ha vivido a lo largo de los últimos días. Una secuencia onírica, con imágenes inconexas, que sirve como presentación de esas dos voces que acompañarán al espectador de forma críptica e inquietante a lo largo de todo el metraje. La película cuenta la llegada de Amanda (María Valverde) y de su hija Nina a una casa de campo en un lugar del interior de Argentina. Piensan disfrutar de sus vacaciones, mientras esperan al marido que tiene que regresar de un viaje de trabajo. Nada más instalarse reciben la visita de Carola (Dolores Fonzi), que es también madre de un niño algo mayor que se llama David.

Este encuentro resulta desconcertante, hay una sensación de extrañeza que sobrecoge y anuncia que esa distancia de rescate se va poner en algún momento en peligro. Algo que confirma la revelación de Carola a propósito de un accidente que su hijo sufrió cuando era pequeño y que, según relata, ha cambiado su vida y su comportamiento. De este modo, el guion apunta hacia un elemento sobrenatural que va a estar presente a lo largo de todo el film y plantea un misterio que funciona como punto de giro para una narración que se construye con continuos saltos temporales propiciados por las conversaciones que se escuchan en off, que intentan recomponer un puzle al mismo tiempo que lo hace el espectador.

La directora de Madeinusa (2006) y Aloft (2014) ofrece un nuevo registro en su carrera al acercarse al thriller, y lo hace aferrándose a algunos de los lugares comunes del género, pero sin dejar de demostrar su personalidad como narradora. La forma en la que retrata los cuerpos dentro de la naturaleza, la búsqueda de planos que transmiten inquietud a pesar de una aparente belleza y la creación de ambiente asfixiantes son algunos elementos con los que trabaja en el film, que consigue su objetivo de ser una película de género que funciona como tal. Pero sobre todo brilla por esa reflexión que propone a propósito de las distintas formas de entender la maternidad de las dos protagonistas. Un interesante punto de vista, a partir de una obra firmada por dos mujeres, que habla, en clave universal, de los miedos de estas madres y de la forma en la que se relacionan con sus hijos.

María Valverde y Dolores Fonzi afrontan el duelo interpretativo con dos personajes opuestos que en realidad funcionan como dos caras de la misma moneda. Es como si se miraran a la vez en el mismo espejo –en este sentido el film tiene un aire bergmaniano– y cada una quisiera capturar el reflejo de la otra para transformarse en alguien que no es. Un planteo psicológico que consigue que un film que pudiera pasar por un producto de suspense alcance su propia y determinante valía.