Directo al corazón

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

El otoño de un rock star

Es 1971. Un veinteañero, músico principiante, es entrevistado por el extravagante, pero en apariencia reconocido cronista de una revista especializada en rock. “Vas a ser muy famoso”, le dice, “lo que escribís me hace acordar a Lennon”. Y le vaticina fama y fortuna. El joven, que se llama Danny Collins, está petrificado. No sabe qué contestar. “Parece que te asusta”, le dice el periodista. “Me aterra”, es la respuesta.

Cuarenta y tres años más tarde, vemos a Danny convertido en una estrella de rock decadente. Está gordo, es adicto a las drogas, toma mucho whisky, hace giras que le interesan solamente por el dinero y su matrimonio con una mujer mucho más joven no funciona. Además -éste es su mayor desencanto- canta siempre las mismas canciones, convertidas en hits, y en los últimos treinta años no compuso. Lo acecha el hastío, no tiene ganas de vivir.

Pero en una fiesta de cumpleaños recibe un regalo inesperado: una carta que le escribió John Lennon en 1971, pero nunca llegó a sus manos. En la breve y manuscrita misiva, el ex Beatle, que leyó junto a Yoko Ono la entrevista realizada al joven Collins, le pide que se mantenga fiel a su música, que el dinero y la popularidad no pueden cambiar eso.

Conmovida, la estrella de rock se interpela: ¿Qué hubiera ocurrido si esta carta hubiera llegado a tiempo? Así, se plantea un cambio que lo llevará a intentar volver a componer y acercarse a un hijo adulto a quien jamás tuvo el valor de conocer.

Oficio

Este tipo de propuestas, frecuentes en el cine comercial norteamericano, siempre corren el riesgo de que su contenido, almibarado en exceso, las convierta en productos indigestos. Sin embargo, a pesar de que por momentos es inevitable sentir que la historia es artificiosa (el protagonista, por ejemplo, recibe la carta, la lee, suenan los acordes de “Imagine” y decide cambiar) “Directo al corazón” logra salir airosa y hasta conmover de a ratos. Es que el director y guionista Dan Fogelman, responsable de la reciente “Último viaje a Las Vegas”, tiene la habilidad necesaria para no forzar al límite el patetismo de ciertas escenas y no regodearse en los giros argumentales que incluyen crueles enfermedades, relaciones sentimentales rotas y personas que tratan de superarse. Y la película tiene un agregado: su banda sonora, integrada por temas de la etapa solista de Lennon, que sirven de contrapunto a las situaciones que afronta el personaje central.

El mayor acierto del film, que posee una dirección convencional, está en su elenco. Al Pacino propone una interpretación sólida, que demuestra su oficio. Es un trabajo menor, que un actor de ese calibre resuelve sin esfuerzo, pero aún así imprime a su personaje la credibilidad que requiere. El veterano Christopher Plummer, que coincide con Pacino tras “El informante” (1999), cumple en su rol de representante y amigo del protagonista. En tanto, Annete Bening encarna con solvencia a una gerente de un hotel inteligente y perspicaz con la que Danny Collins entabla una madura amistad.

Pero quienes están perfectos son Bobby Cannavale y Jennifer Garner como un matrimonio normal de mediada edad que vive en los suburbios de New Jersey con una hija pequeña y ve cómo esa armonía se rompe con la llegada de Danny Collins, el padre ausente que quiere recuperar la relación con ellos para integrarlos a su nuevo estilo vital. Todo esto cimenta una obra pequeña, pero disfrutable.