Dioses de Egipto

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Si existiera un libro titulado “Historia egipcia para dummies” seguramente “Dioses de Egipto” (USA, 2016) hubiese basado su trama, ya que todo el tiempo se intenta hablar del período histórico con una simpleza didáctica que no parece poder superar los propios planteos iniciales que el guión muestra.
En “Dioses de Egipto” se asistirá a la pelea entre dos de los dioses más importantes de la época Set (Gerard Butler) y Osiris (Bryan Brown) y en el intento del primero por apropiarse del trono tras el asesinato del segundo.
Decidido a imponer un imperio autoritario, además, Set, dejará sin visión a Horus (Nikolaj Coster-Waldau), hijo de Osiris y heredero de la corona, cosa que impedirá para poder así quedarse con el poder.
Mientras un joven ladrón llamado Bek (Brenton Thwaites) asiste al sangriento espectáculo, y ve también cómo el déspota Set comienza con su gobierno de muerte y violencia, cercenando las posibilidades y libertades más básicas, decidirá ayudar al caído Horus a recuperar su lugar.
Pero Bek también deberá hacerlo por la propia necesidad de poder devolverle la vida a su amada Zaya (Courtney Eaton), a quien su amo (Rufus Sewell), tras descubrir su traición decide matarla.
“Dioses de Egipto” se plantea como una nueva puesta al día de un género, el épico, que siempre tuvo adeptos, pero que en los últimos tiempos, le ha sido imposible encontrar el tono y la historia precisa para el regreso con gloria.
Alex Proyas (“El Cuervo”, “Yo, Robot”, “Dark City”) en vez de aprovechar su experiencia en géneros mucho más inverosímiles y que apelaban a la tecnología como posibilidad creadora de escenarios y contingencias narrativas, aquí la utiliza para crear todo y no sustentar la narración.
Por momentos “Dioses de Egipto” se asemeja a un largo episodio de series televisivas de los años ochenta y principios de los noventa, en las que se intentaban condensar clásicos literarios para cadenas importantes (“Gulliver”, “Hércules”, etc.), con una puesta eficiente y algunos pocos efectos especiales.
Pero aquí todo es digital, y las grotescas y evidentes manipulaciones con las que se intenta colocar en el mismo plano a los dioses y los hombres, no hacen otra cosa que advertir acerca de la artificialidad con la que toda la película fue realizada.
El nivel actoral, además, no aporta la solidez y la potencia necesaria para poder superar la inverosímil trama y el pastiche que Proyas ha pensado como el ancestral Egipto, cuna de la civilización aquí ridiculizada y bastardeada.
Gerard Butler exagera su interpretación del déspota Set, al igual que algunas participaciones de actores de renombre como Geofrey Rush, que personifica a Ra, padre de los hermanos en conflicto, presentado como un anciano al borde de la locura más que el dios supremo.
“Dioses de Egipto” pierde su oportunidad de erigirse como la vuelta al cine épico histórico, decidiendo desandar el camino del ridículo y la risa ante la inevitable e imposible posibilidad de ser tomada en serio.