Dioses de Egipto

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Esto. Es. Egipto!

Dijo Indiana Jones: “Improviso mientras avanzo”. La improvisación es uno de los paradigmas fundamentales de la historia de aventuras, el “Pienso luego existo” del género. Pero hay que distinguir entre las improvisaciones del héroe y las del escritor. Sino el resultado es una historia incoherente y poco cohesiva como Dioses de Egipto (Gods of Egypt, 2016). Cada escena parece haber sido escrita el mismo día en que fue filmada.

El vicio con el que la película introduce restricciones y luego las deshace es increíble. Por ejemplo: el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau) no puede transformarse y volar a menos que posea sus dos ojos – la fuente de su poder – y su tío Set (Gerard Butler) se los ha arrancado luego de matar a su padre Osiris. Pero al rato Horus vuela, bendecido por Ra. Más tarde vuelve a volar. ¿Y ahora cómo? “El poder siempre estuvo en mí,” aclara Horus después del hecho. Y a otra cosa.

¿Cómo vengar a su padre y detener a Set, cuya tiranía ha sumido a Egipto en la desgracia? Se recalca cualquier cantidad de veces que sólo hay un objeto que logrará todo esto. Pero ni bien las cosas se vuelven demasiado complicadas, esta condición también desaparece. El guion resuelve sus propios conflictos sin que los personajes tengan que mover un dedo la mayor parte del tiempo.

Horus tiene un acompañante en su aventura, el mortal Bek (Brenton Thwaites). A cambio de devolverle a Horus uno de sus ojos, el dios promete devolver a la vida a su amada, Zaya (Courtney Eaton, cuyo escote es el punto focal de todas sus escenas). Si Horus tiene o no ese poder es motivo de contienda entre Bek y Horus. Valga decir que la película tampoco se pone de acuerdo consigo misma sobre qué es posible y qué es imposible. Hacia el final todos los conflictos han sido desbaratados como quien no quiere pensar demasiado en el asunto.

A lo largo de su travesía luchan contra serpientes gigantes, esfinges gigantes y dioses gigantes. Cada nuevo desafío viene acompañado por algún chiste incidental de Bek, ninguno muy gracioso. Los efectos especiales no son muy buenos, lo cual es raro para una película con un presupuesto de $140 millones de dólares. Tantas imágenes digitales terminan aislando a los dos o tres actores en escena, que claramente están haciendo pantomima frente a una pantalla verde.

Matt Sazama y Burk Sharpless es el dúo responsable por el guión. Antes escribieron Drácula: La Historia Jamás Contada (Dracula Untold, 2014) y El último cazador de brujas (The Last Witch Hunter, 2015). Dioses de Egipto es su tercer guión y se ubica en el mismo escalón intelectual. Si tan solo dejaran de tomarse a sí mismos tan en serio y abrazaran con más picardía la estupidez de sus mundos podrían escribir comedias muy graciosas; en vez de eso han producido un híbrido de acción, aventura, comedia y romance que entretiene a medias pero no pega una.

La película es una experiencia cándida, tiene ese sabor de la vieja escuela. No hay rastros de ironía en ella. Y es divertido explorar la mitología egipcia en vez de la griega o la nórdica, para variar. Pero los dioses merecían algo mejor.