Dios mío y ahora que hemos hecho?

Crítica de Pablo De Vita - La Nación

Secuela de una exitosa comedia francesa titulada Dios mío, ¿qué hemos hecho? (2014), esta continuación de la mano de Philippe de Chauveron -un realizador afincado en la comedia de corte popular- era esperable debido al suceso de esa película que presentaba la historia de un matrimonio católico y conservador cuyas hijas se casan con un musulmán, un judío, un afrodescendiente y un chino. De mano de la comedia de situaciones, esa película tuvo su éxito en presentar para una audiencia de mayorías una sátira social con la crítica a los estereotipos culturales en tiempos de creciente racismo y discriminación en la sociedad europea.

Pero Dios mío ¿y ahora que hemos hecho? enfrenta los mismos problemas de su predecesora en la búsqueda del desparpajo en tiempos de corrección política. Claude y Marie Verneuil se enteran de la decisión de emigrar al extranjero de los cuatro maridos de sus hijas y buscan evitarlo por todos los medios posibles, en una sucesión de pasos de comedia pasteurizados que incluso desmerecen la chispa y originalidad que tenía la versión original. Añade a esta secuela de dudosos resultados su mirada a la homosexualidad y al matrimonio igualitario dentro de esta galería de discriminaciones tomadas con aparente humor pero sin gracia, mientras Claude intentará mostrar las bondades de Francia y todas las oportunidades que aparentemente presenta aunque, en rigor, solo no quiere quedar lejos de sus adoradas hijas. Pero los diálogos, salvo en contadas oportunidades, no funcionan y la primera mitad del film parece una sucesión de escenas sin solución de continuidad hasta que el plan del patriarca de la familia se ponga en marcha y con él una endeble línea argumental que permite seguir la segunda mitad de la historia con relativo interés pese a sus lugares comunes.

A favor de esta realización hay que decir que la gente se pasea muy elegante, las locaciones son bonitas, la fotografía hace que se vislumbren brillantemente varios castillos franceses de la mano de un drone que vuela bastante bien, y la actriz Chantal Lauby (como la madre del clan que es cómplice de su marido en la búsqueda de que sus hijas no emigren), seguramente tiene la línea de diálogo más resuelta del film cuando cita al escritor francés Sylvain Tesson: “Francia es un paraíso cuyos habitantes creen estar en el infierno”. Por su parte, en su caricatura, Christian Clavier y Pascal Nzonzi realizan un buen contorno de esos padres de familia poco dispuestos a aceptar los cambios sociales y, sobre el final, un guiño a modo de homenaje al gran Louis de Funes hace extrañar mucho más a aquellas comedias francesas (que incluyen nombres como los de Pierre Richard y Gerard Depardieu), en las que la celebración del desparpajo estaba por encima de una fallida corrección política que por momentos se confunde con aquello que, empero, dice criticar.