Días de pesca

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Historia mínima con la sutileza de Sorin

Un hombre acostumbrado a los viajes, el rostro como una careta para simular que todo está bien, charla con un hombre acostumbrado a los golpes. Así sabremos que el primero ha dejado el alcoholismo. Hará gimnasia, pescará. Se reencontrará con su hija. Que no lo espera.

El resultado es una delicia. Un relato que se va viendo con simpatía, de pronto emociona, se sigue viendo ya con cariño, vuelve a emocionar, y, donde otro autor hubiera culminado a pura lágrima, Carlos Sorin cierra de tal forma que uno se sorprende, pero no porque sea un final inadecuado, sino porque quiere seguir junto a los personajes, acompañarlos aunque sea un rato más.

Pero es el final justo, porque, sin haberlo dicho, ya está todo dicho, sobreentendido, y seguir sería ir innecesariamente más allá del pequeño momento de revelación y felicidad que el pescador está viviendo después de tanta expectativa. El momento de descanso y optimismo, tras la prueba más dura. Y no es que esa prueba se hubiera presentado como algo desmelenadamen-

te dramático. Apenas percibimos unas rispideces. Pero quienquiera haya vivido lo suficiente, sabe lo que ellas significan. Así de sutil, así de conocedor del alma humana, es el relato.

Prejuicios

Alguien dirá que Sorin ha hecho una historia más mínima que las anteriores, que impresiona como algo ya visto, o que otra vez vuelve al mismo paisaje patagónico. Error: ni es más chica, ni se repite, y empieza en la meseta pero esta vez llega al mar. Y el protagonista debe animarse a un viaje mar adentro, símbolo de otros viajes enormes.

El principal, llegar hasta la hija y el nieto en medio de zozobras, sin hacer pie, sin entender las corrientes que pueden alejarlo en vez de acercarlo para hacerse querer de nuevo.

Desafío

Y el director también hace su viaje. Sorin se desafía a sí mismo a ir cada vez más ligero de equipaje. Según confiesa, su modelo son los cuentos de Raymond Carver.

Algo de eso se advierte comparando la levedad, brevedad, concisión y profundidad de ambos. Pero también le creeríamos si dijera que su modelo es un haiku, ese tipo de poesía japonesa que sugiere algo muy hondo y tocante empleando una cantidad muy reducida de líneas. El detalle, es que esas pocas líneas las escribe un maestro.

Alejandro Awada, la debutante Victoria Almeyda, son los intérpretes precisos, intensos y expresivos como pocos, y con muy poco, porque acá, más que el diálogo, se imponen la mirada, el gesto de amague controlado y el silencio cargado de ansiedad o de reproche.

Dando ánimos, una especie de valsesito melancólico y decidido, creación de Nicolás Sorin. Y para mayor disfru-te, unos tramos de «Bella figlia del amore» y «Che gelida manina», y un nuevo

puñado de personajes laterales, de esos que Sorin siempre encuentra por el camino, y que siempre tienen algo para divertirnos, y a veces también para enseñarnos. Hermosa película.