Días de pesca

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Picando por el camino.

El hombre mira a la distancia. Frente a él hay un vasto paisaje, pero lo que importa es la diminuta ruta, casi tragada por la monumental imagen que la rodea. Por suerte, hay algunas personas que la pueden hallar, y logran cruzarse, aunque no los vea nadie. Son esos encuentros, diminutos en la escala del viaje pero colosales en los cambios que generan, los que representan el trabajo del director Carlos Sorín en la serie de films iniciada con Eterna sonrisa de New Jersey (con el gran Daniel Day-Lewis), pero popularizada con Historias mínimas, a la cual siguieron El perro y El camino de San Diego. Ahora, tras haber intentado una historia más estática con La ventana, y haber realizado el muy buen ejercicio de suspenso que fue El gato desaparece, Sorín regresa a la ruta, a los encuentros casuales e incluso a la Patagonia, en Días de pesca (2012), una vuelta que tiene lo suficiente para justificarse.

Marco (Alejandro Awada) es un viajante de comercio que decide viajar a la localidad sureña de Puerto Deseado. Se encuentra algo frágil: por un lado, debido al peso de sus 52 años; por el otro, como consecuencia del tratamiento que hizo para deshacerse de su adicción al alcohol. Su excusa para ir de Buenos Aires a Santa Cruz es la de probar un hobbie bien particular: la pesca de tiburones. Sin embargo, su misión es otra: volver a conectarse con su hija Ana (Victoria Almeida), a quien no ve desde hace años. En su búsqueda para reparar los errores del pasado, Marco se encontrará con una serie de personas que, de una u otra forma, lo ayudarán a probar nuevos desafíos, dándole otra chance para cambiar su vida.

En este tipo de producciones, es claro que la gran fuerza de Sorín reside en el universo en el que sitúa a sus relatos: un espacio en el cual las palabras no indican nada y los gestos delatan todo. Mediante la humanización de personajes y momentos que en otras manos serían representados de forma peculiar, él logra lo que pocos intentan, generando un clima cotidiano con el cual uno puede identificarse e incluso reírse. Claro que a veces comete un traspié; el de forzar demasiado sentimentalismo al argumento (mediante música aplastante o cierta dirección impulsiva), lo que saca atención del film y parece una señal de desconfianza al talento que juntó durante la realización.

Es que, de nuevo, Sorín consiguió un buen equipo para las performances. En el rol principal, Awada se destaca al mostrar de manera balanceada a alguien querible, pero con evidentes rastros de un terrible pasado. Sus interacciones junto a Almeida (que también trabaja y saca brillo de su papel) plantean lo necesario; de nuevo, la clave está en los silencios, las miradas, el movimiento del cuerpo. Ellos son acompañados por no actores (una costumbre del director en estas obras); una medida arriesgada, ya que da lugar tanto a roles muy bien llevados e interesantes (como el de un entrenador de boxeo con el cual se encuentra Marco, quizás el elemento mejor desarrollado del film) como a interpretaciones artificiales y distrayentes (como las de un grupo de turistas colombianos, que cumplen el espacio obligatorio de “gente que vive la vida con todo” que parece imposible de distanciar de estas películas). Afortunadamente, la balanza apunta hacia el lado positivo con respecto al proceder de la mayoría de la gente sin experiencia previa.

Redondeando, Días de pesca es un digno regreso a las historias de carretera para Sorín. Pequeño pero bien realizado, mantiene el necesario enganche cercano para bajar la velocidad y apreciar un cuento con corazón y humor, algo que a veces es difícil de agarrar.