Días de pesca

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

Tras incursionar en el thriller con la estupenda El gato desaparece, en la introspección pictórica y metafórica con la fallida La ventana, y en una road-movie autóctona y deportiva con El camino de San Diego, Carlos Sorín vuelve a las fuentes con Días de pesca, con el marco en el que más se siente identificado y dentro de la estética y la pulsión narrativa que se han vuelto un sello en su filmografía. El realizador retoma el aliento y las atmósferas sencillas con las que diseñó ese film extraordinario que fue Historias mínimas, y lo hace a través de una trama en la que el protagonista podría haber sido amigo del personaje de Javier Lombardo y pariente de la chica que recorre la ruta con su auto en el citado film. Un hombre que viaja a
Puerto Deseado con el objetivo claro, aunque con difusos elementos, de buscar reencontrarse con su abandonada hija, y a la vez cristalizar el viejo sueño de participar en la pesca deportiva de tiburones. Todo se irá desarrollando en forma minimalista e incierta pero con una inconfundible expresividad soriniana. Combinando nuevamente –hace tiempo que no lo hacía- actores profesionales con lugareños debutantes, el cineasta despliega una impronta sentimental que no sacude pero que le hace placenteras consquillas al alma, hasta arribar a un plano final que encierra una pequeña pero emotiva metáfora. Un Alejandro Awada entrañable e impecable en cada gesto y cada texto, muy bien acompañado por la ascendente Victoria Almeida completan un cuadro fílmico breve, sencillo, algo contenido, pero igualmente virtuoso, realzado por los magníficos estímulos sonoros de Nicolás Sorín.