Diario de un seductor

Crítica de Julián Tonelli - Cinemarama

Vuelve Johnny Depp como Hunter S. Thompson, aquel delirante periodista y escritor americano que fundó el estilo Gonzo. Tal manera de reportear se caracterizaba por la introducción del autor en el centro de su propia historia, y Thompson fue un extremista en todos los sentidos de la palabra. LSD, cocaína, alcohol, de todo se metió en el cuerpo hasta que este empezó a pasarle factura por tanto reviente. En 2005, sin ganas de padecer la decrepitud, el tipo agarró uno de sus miles de revólveres y se voló los sesos en su rancho de Colorado. Tenía sesenta y siete años.

Su firma apareció en muchas publicaciones, y fue en la Rolling Stone donde publicó su mejor trabajo. También escribió un puñado de novelas, pero Donde el búfalo ruge, la despareja película de Art Linson estrenada en 1980 con Bill Murray en el papel de Thompson, no tomaba como base concreta ninguna de ellas. En 1998 Terry Gilliam filmó la adaptación de Pánico y locura en Las Vegas, una de las obras más aclamadas del escritor, con un Johnny Deep inolvidable, algo que fue remarcado hasta por el propio “Dr Gonzo”.

Retomando lo dicho: vuelve Johnny Depp como Hunter S. Thompson, aunque el inglés Bruce Robinson no es Terry Gilliam, y Diarios de un seductor (espantosa traducción del original Diarios de ron), no es Pánico y Locura en Las Vegas. Lógicamente, estamos hablando de una precuela, de un Hunter inexperto cuyo temple no era ni por asomo el de aventuras lisérgicas posteriores. En 1960, recién llegado a San Juan de Puerto Rico para trabajar en un periódico americano, Paul Kemp (alter ego de nuestro héroe) asimila sin problemas las costumbres del lugar gracias a los consejos de un nuevo compañero de trabajo y compinche (Michael Rispoli). Pronto conoce a su antagonista, un inescrupuloso empresario (Aaron Eckhart) que quiere contratarlo como propagandista de un oscuro proyecto inmobiliario. La acción avanza a través de playas paradisíacas, yates de lujo, fiestas calientes, departamentos derruidos, peleas de gallos y guetos miserables. Mientras se emborracha con ron y seduce a la sexy novia de su socio (Amber Heard), Kemp intenta denunciar las injusticias de ese enclave colonial en ebullición, pero lo que vemos no son más que episodios dispersos en un relato desdibujado.

Si en Pánico y Locura… Thompson denunciaba la podredumbre del sueño americano desde sus entrañas, aquí apenas lo aborda objetivamente. Y si bien tal posicionamiento puede ser justificado por el mencionado estatus de precuela (no había manifiesto Gonzo en ese entonces), el film de Robinson nunca termina de resolver de qué viene la cosa. El resultado final no dista mucho de la típica comedia yanqui de borrachines en el Caribe, con previsibles toques de aventura y romance. Sólo una escena logra sobresalir de la medianía, y es la que ilustra al turista gringo por excelencia, un gordo horrible y estúpido que juega al bowling ignorando por completo la turbulenta situación sociopolítica que lo rodea. La eficacia estética de ese retrato constituye sólo un paréntesis en la narración. Película del montón, a fin de cuentas, Diarios de un seductor jamás logra ponerse a la altura de la leyenda de su protagonista.