Diario de un seductor

Crítica de Federico Rubini - Cinematografobia

SÁLVESE QUIEN PUEDA
Ni pánico ni locura

Es un tema muy interesante el del doblaje de los títulos de las películas. Año a año, mes a mes, semana a semana, al menos un estreno de la cartelera nos deleita con el ingenio de ese manipulador invisible, ese alguien. Quizá muchos, quizá uno solo, "el señor que traduce los nombres de las películas" no deja de llamar nuestra atención con derrapes completamente fascinantes, una habilidad que, supongo, debe ser compleja, de cualidades casi innatas, por su nivel de asociación y de relación entre diversos films. No sería menor el acto de realizar una tesis sobre la intertextualidad presente para con el propio cine en estos títulos traducidos. Así, toda película cuyo nombre, por dar un rápido ejemplo, presentara la palabra honor remitiría a otro film con esa misma palabra, y el entramado sería fascinante. En su momento, Guido Anselmi mencionaba al comienzo del análisis de Restless (ver publicación) el aberrante nombre con que se conoció al nuevo film de Gus Van Sant en Argentina. Es por esta tendencia que, al ver que se aproximaba una película titulada Diario de un seductor , por poco pensé en una bizarra transposición de la obra de Kierkegaard. Al ver detenidamente el afiche, caí en la cuenta de que se trataba del film de Bruce Robinson que había visto en una proyección en el Festival de Cine de Austin el año pasado. Llamo la atención sobre el tema de la traducción, porque en este caso es completamente aberrante, deja al descubierto (aún más de lo que ya estaba) la estrategia económica detrás de esta acción. Calculo que, al ver el notable fracaso que presentó este film en su estreno en Estados Unidos y en varios países de Europa, los productores o la distribuidora o quien sea decidieron engañar a la gente y hacer que pague su entrada de cine, independientemente de cualquier tipo de descontento posterior a la función ya que, en definitiva, nada de lo que vemos en la pantalla tiene algo que ver con un seductor.

Johnny Depp en el papel del escritor frustrado devenido en redactor de horóscopos.
Dejando este hecho de lado (que es notoriamente irrelevante), Diario de un seductor presenta, ya desde el principio del film, varios problemas que son ajenos a un error- sea deliberado o casual- de traducción. Ya desde el guión, pobre y con poco desarrollo de los personajes, esta película evidencia diversas falencias palpables que irritan porque el material original es muy bueno (la novela de Hunter Thompson, el mismo autor que Pánico y Locura en Las Vegas), el director y guionista Bruce Robinson tiene un par de trabajos interesantes a sus espaldas (el clásico de culto Withnail y yo es el mejor ejemplo de esto) y el reparto se destaca por sus nombres conocidos. Pero nada de esto resulta demasiado importante en el momento en que la película debería hablar. Por si era necesario confirmarlo, queda recalcado que una estrella como Johnny Depp no garantiza el éxito, que sin un buen trabajo de transposición una sólida historia de base no alcanza y que los cócteles, por más explosivos y rimbombantes que sean, no siempre funcionan.
La historia: Paul Kemp (Johnny Depp) es un periodista con ínfulas de escritor que acepta un trabajo en una devenida imprenta de un diario en Puerto Rico. Allí, conoce a una serie de personajes con los que comparte cierta simpatía, principalmente por la tendencia al alcoholismo, como Sala (Michael Rispoli) y Moberg (un buen personaje a cargo de Giovanni Ribisi), o por la facilidad para los negocios y el dinero, como es el caso de Sanderson (interpretado por Aaron Eckhart). Así, entra en una espiral en la que conviven el alcohol- casi etílico-, el dinero- Sanderson le ofrece una gran cantidad a cambio de su complicidad mediante sus dotes de escritor en una ilegal gestión de una isla del Caribe-, las mujeres- la chica de Sanderson, Chenault (la bella Amber Heard) enamora perdidamente a Paul- las drogas- el LSD como novedad, allá por los `50- y la diferencia cultural- quizás demasiado marcadamente, entre los puertorriqueños y los "gringos". Todo es bastante confuso (en el mal sentido, más adelante volveremos sobre esto), nada parece tener rumbo y así, lo que en un principio perfilaba como una clásica comedia, de un momento a otro se transforma en un thriller político, luego en un film romántico y por último en un drama sobre la importancia de seguir los ideales y denunciar a la corrupción que azota al mundo. Esta cambio de género, esta transmutación, sería bienvenida si fuera adrede, si de verdad se quisiera mezclar los géneros (o escaparle a los mismos), si la intención fuera desde un comienzo la de realizar una película dividida en capítulos según la temática abordada en el momento.

Aaron Eckhart, el magnate que le ofrece a Paul entrar en un mundo de cuestionada legalidad.
Pero esto no es así, o al menos no lo parece. Todo se queda a medio camino, no es ni una cosa ni la otra y esto termina por derrumbar a la película. Más que una decisión parece una indecisión, una falencia de Robinson para transponer la obra de Hunter Thompson, como bien supo en su momento hacer Terry Gilliam con Pánico y Locura en Las Vegas. En ese caso, se basaba en el libro homónimo, de tintes mucho más psicodélicos que el que aquí nos compete, un texto, se podría decir, escrito con ácido lisérgico. Este no es el caso de The Rum Diary, distinto aunque no menos autobiográfico. Sin embargo, tomemos la obra de Terry Gilliam y comparemos ambas piezas. Por un lado, tenemos un film que puede o no gustarnos, pero no dudamos de su fuerza, de su decisión, de su forma definida (dentro de lo que es un delirio constante, eso es mucho decir). En el caso de Diario de un seductor, no se ve nada de eso. Posee algunas escenas brillantes que son calcadas del libro, esto es lo más rescatable de todo el film. Ideas como la de ver la televisión en la casa del vecino, binoculares en mano, o Paul y Salas conduciendo el semi destruido automóvil por las calles de Puerto Rico, son secuencias entretenidas, con un humor natural y espontáneo, que le dan algo de frescura a una película que viaja por varios lugares, pero que en su intento de acapararlo todo no tiene forma de nada.
Dejando de lado la trama y su intento fallido de desplazarse entre diversos géneros, otro gran problema de Diario de un seductor es el personaje de Johnny Depp. Es un ejemplo clarísimo de un personaje que no posee un desarrollo, una evolución. Comienza como alguien y termina como un otro. En el medio no hay nada progresivo, nada gradual. En un momento es un alcohólico perdedor, incapaz de permanecer centrado y no meterse en problemas, y en la siguiente escena es un trabajador decidido a recuperar lo que ha perdido y a denunciar a las fuerzas del poder que lo pisan, a él y a sus compañeros. Este cambio, ese traspaso del patético voyeur que mira, algo excitado, a la chica de sus sueños tener sexo en medio del mar con la pareja de la misma, Sanderson, al decidido amante que casi que no se le mueve un pelo cuando se entera, hacia el final, de la partida de esa joven maravillosa hacia Nueva York y opta por llevar a cabo sus planes de portavoz de la clase trabajadora, es completamente raquítico. No es culpa de Depp (no es culpa de nadie). Claramente no hubo mucha indicación ni mucho énfasis en justificar y mostrar este cambio, y no dejarlo sujeto a una noche de LSD en la que Paul se da cuenta- casi- del significado del mundo (¿quién no?) y sufre un renacer, víctima de las maravillas de formas que deja en su camino una gigante langosta. Y Depp hace lo que puede. No se lo nota muy animado en este film en particular, se limita a realizar sus típicas caras y reacciones, muecas que ya son una marca registrada en él. Se lo ve relegado, completamente entregado a lo que sea del film. El resto de los actores funciona muy bien, particularmente Giovanni Ribisi en su rol de alcohólico sin marcha atrás (aunque nunca deja de ser Giovanni Ribisi, su personaje posee costumbres tan excéntricas como interesantes, esto sea quizá lo que más suma) y Richard Jenkins en el papel de jefe del diario para el que Paul trabaja. En ningún momento mencioné nada relacionado con los rasgos formales, principalmente porque ninguno se luce en demasía, no hay una intención clara en ninguno de sus aspectos. Una cámara un poco más audaz, decidida a tomar más riesgos hubiera sumado muchísimo, o una puesta en escena un algo más extrema. El uso que se le da a estos aspectos formales es aburrido, carente de imaginación, particularmente en un film de estas características, en donde se podría haber explotado en recursos sin pecar de gratuito, sin traicionar a la narración.

La belleza de Amber Heard no alcanza para mantener a flote una película con la que es imposible comprometerse.

En resumen, un film mediocre, carente de interés. Sin pies ni cabeza, una narración torpe que en ningún momento sabemos hacia dónde se dirige (de hecho, nunca llega a ningún lado, por lo que nunca conoceremos las intenciones de sus realizadores). Lo lamento por Johnny Depp, quien figura como productor, y por lo que pudo ser y no fue. Como dijimos, el film se estanca, y las buenas secuencias con las que cuenta la película sirven como motor para que queramos seguir viendo algo que pierde el interés a la media hora de comenzar. Como en la escena (otra de las buenas) en la que Chenault le apuesta a Paul que él gritará antes que ella. "¿Cuán rápido va?" pregunta ella en relación al auto. "No lo sé" responde inocentemente Paul. "Esa es la apuesta" dispara la femme fatale. Algunas palabras más, Paul se quita los anteojos, observa el bello cuerpo de Chenault. "¿Que obtengo si gano?" "Te haré saber si lo haces". Un cigarrillo es arrojado lejos, y la pierna de Kemp (unida a la mano de Chenault) pisa el acelerador. Unos segundos más tarde, ambos se salvan de la muerte al frenar justo a tiempo antes de caer al mar: la ruta finalizaba con un salto al medio del océano. Mientas que Terry Gilliam no dudó en pisar el acelerador y arrojarse (con todo y todos) al mar- y sálvese quien pueda-, Bruce Robinson optó por realizar una película que narra toda clase de excesos y terminarla como un film solemne, de final feliz y con una promesa sobreimpresa en la pantalla de nuevas historias por contar- una gran moraleja. Esto no encaja. Frenó antes de desbarrancar. Quizás ahí estuvo su error.